E-Book, Spanisch, Band 71, 196 Seiten
Armstrong Breve historia del mito
1. Auflage 2020
ISBN: 978-84-18436-24-6
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, Band 71, 196 Seiten
Reihe: Biblioteca de Ensayo / Serie menor
ISBN: 978-84-18436-24-6
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
La historia del mito es la historia de la humanidad. Nuestras narraciones y creencias, nuestra curiosidad y nuestras tentativas de comprender el mundo nos vinculan directamente con nuestros antepasados y con los demás seres humanos: los mitos nos ayudan a dotar de sentido al universo. El libro de Karen Armstrong, referente mundial en el estudio de la historia de las religiones, supone una concisa, certera y absorbente aproximación a las más diversas expresiones del mito, desde los cazadores del Paleolítico hasta su descrédito en Occidente en favor de la ciencia y lo que su pérdida supone para el mundo moderno.
Karen Armstrong (Worcerstershire, Inglaterra, 1944) es experta en historia de las religiones y autora de una extensa y prestigiosa obra. En 1964, después de siete años como monja católica, colgó los hábitos y, tras graduarse en la Universidad de Oxford, ha dedicado su vida al estudio histórico de los distintos credos. Su trabajo, traducido a cuarenta idiomas, ha recibido multitud de reconocimientos, entre ellos el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2017.
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¿Qué es un mito? Los humanos siempre hemos sido creadores de mitos. En las tumbas neandertales se han encontrado armas, herramientas y huesos de animales sacrificados, elementos que sugieren que ya aquellos hombres primitivos tenían algún tipo de creencia en un mundo ulterior parecido al suyo. Es muy posible que los neandertales se contaran unos a otros historias sobre la vida de que disfrutaban sus semejantes después de morir. Sin duda reflexionaban sobre la muerte, a diferencia del resto de las criaturas con que convivían. Los animales ven morir a sus iguales, pero nada indica que se detengan a meditar sobre ello. En cambio, las tumbas neandertales demuestran que cuando esos primeros humanos tomaron conciencia de su mortalidad, crearon una especie de narración paralela que les permitiera entenderla. Todo indica que aquellos primeros hombres, que con tanto cuidado enterraban a sus muertos, suponían que el mundo visible y material no era la única realidad existente. Por tanto, cabe afirmar que desde época muy temprana los seres humanos se han distinguido por su capacidad para concebir ideas que van más allá de su experiencia cotidiana. Somos criaturas que le buscamos significado a todo. Que sepamos, los perros no pasan horas cavilando sobre la naturaleza canina, no les preocupan las dificultades que afligen a los perros de otras partes del mundo ni intentan enfocar su vida desde una perspectiva diferente. En cambio, los humanos caemos fácilmente en la desesperación, y desde nuestros orígenes inventamos historias que nos permitían situar nuestra vida en un contexto más amplio, que revelaban un patrón subyacente y nos hacían pensar que, pese a todos los deprimentes y caóticos indicios que sugerían lo contrario, la vida tenía un valor y un significado. Otra característica peculiar de la mente humana es su capacidad de tener ideas y experiencias que no se explican racionalmente. Estamos dotados de imaginación, una facultad que permite pensar en cosas que no están presentes y que, en el momento en que las concebimos, carecen de existencia objetiva. La imaginación es la facultad de la que nacen la religión y la mitología. Hoy en día, el pensamiento mítico ha caído en descrédito; muchas veces lo desechamos por considerarlo irracional y autocomplaciente. Pero la imaginación también es la facultad que ha permitido a los científicos sacar a la luz nuevos conocimientos e inventar una tecnología que nos ha convertido en seres inconmensurablemente más eficaces. La imaginación de los científicos nos ha permitido viajar por el espacio y caminar por la luna, proezas que antaño solo eran posibles en el reino de los mitos. Tanto la mitología como la ciencia amplían las posibilidades del género humano. Al igual que la ciencia y la tecnología, la mitología, como veremos más adelante, no consiste en desentenderse de este mundo, sino en capacitarnos para vivir de forma más plena en él. Las tumbas neandertales aportan cinco datos importantes sobre los mitos. En primer lugar, el mito casi siempre está enraizado en la experiencia de la muerte y el miedo a la extinción. Segundo: los huesos de animales indican que el entierro iba acompañado de un sacrificio. Normalmente, la mitología va unida a un ritual. Muchos mitos no tienen sentido fuera del ámbito de un drama litúrgico que les da vida, y resultan incomprensibles en un contexto profano. Tercero: de algún modo, los mitos neandertales eran recordados junto a una tumba, con motivo de una defunción. Los mitos más impactantes tratan sobre situaciones límite y nos obligan a ir más allá de nuestra experiencia. Hay momentos en que todos, de un modo u otro, tenemos que ir a un lugar que no conocemos y hacer algo que nunca hemos hecho. Los mitos tratan de lo desconocido; tratan de eso para lo que al principio no teníamos palabras. Por tanto, los mitos se asoman al interior de un gran silencio. En cuarto lugar, los mitos no son historias que se cuentan porque sí. Antes bien, nos enseñan cómo debemos comportarnos. En las tumbas neandertales, a veces el cadáver está colocado en posición fetal, como si se preparara para renacer: el difunto tenía que dar el siguiente paso él solo. Adecuadamente entendida, la mitología nos coloca en la postura espiritual o psicológica correcta para la acción apropiada, ya sea en este mundo o en el más allá. Por último, todas las mitologías hablan de un plano paralelo a nuestro mundo y que en cierto sentido lo sostiene. La creencia en esa realidad invisible pero más intensa, que a veces se identifica con el mundo de los dioses, es un tema esencial de la mitología. Se la ha llamado «filosofía perenne» porque ha impregnado la mitología y la organización ritual y social de todas las sociedades antes del advenimiento de nuestra modernidad científica, y todavía hoy sigue influyendo en las sociedades tradicionales. Según la filosofía perenne, todo lo que ocurre en este mundo, todo lo que podemos oír y ver aquí abajo, tiene su contrapartida en el reino divino, más rico, más fuerte y más duradero que el nuestro.1 Y toda realidad terrenal no es más que una pálida sombra de su arquetipo, el patrón original, del que es simplemente una copia imperfecta. Los seres humanos, frágiles y mortales, solo desarrollan todo su potencial si participan en esa vida divina. Los mitos daban forma gráfica y detallada a una realidad que las personas percibían de manera intuitiva. Les explicaban cómo se comportaban los dioses, no con el fin de satisfacer su curiosidad ni porque esos relatos resultaran entretenidos, sino para permitir a hombres y mujeres imitar a esos seres poderosos y, así, experimentar también ellos la divinidad. En nuestra cultura científica solemos tener nociones muy simplistas de lo divino. En la Antigüedad, los «dioses» raramente eran contemplados como seres sobrenaturales con una personalidad diferenciada que vivían una existencia metafísica totalmente separada de la de los mortales. La mitología no trataba sobre la teología, en el sentido moderno, sino sobre la experiencia humana. La gente pensaba que los dioses, los humanos, los animales y la naturaleza estaban estrechamente ligados, sujetos a las mismas leyes y compuestos de la misma sustancia divina. Al principio no había abismo ontológico entre el mundo de los dioses y el mundo de los humanos. Cuando estos hablaban de lo divino, generalmente se referían a algún aspecto de lo terrenal. La propia existencia de los dioses era inseparable de la de las tormentas, los mares, los ríos o esas poderosas emociones humanas —el amor, la ira o la pasión sexual— que parecían elevar temporalmente a los mortales a un plano de existencia diferente y desde el que podían ver el mundo con nuevos ojos. Por tanto, la función de la mitología era ayudarnos a hacer frente a los conflictos humanos. Ayudaba a las personas a encontrar su lugar en el mundo y su verdadera orientación. Todos queremos saber de dónde venimos, pero, como nuestros remotos orígenes se pierden en la noche de los tiempos, hemos creado mitos sobre nuestros antepasados que, pese a no ser históricos, nos ayudan a explicar actitudes habituales de nuestro entorno, nuestros semejantes y nuestras costumbres. También queremos saber adónde vamos, de modo que hemos inventado historias que hablan de una existencia póstuma, aunque, como se verá más adelante, no hay muchos mitos que conciban la inmortalidad de los seres humanos. Y queremos explicar esos momentos sublimes en que nos sentimos transportados más allá de nuestras preocupaciones prosaicas. Los dioses ayudaban a explicar la experiencia de lo trascendente. La filosofía perenne expresa nuestra percepción innata de que detrás de los seres humanos y el mundo material hay cosas que el ojo no ve. Hoy en día, la palabra «mito» suele designar algo no verídico. Un político acusado de cometer un desliz se defenderá diciendo que eso es un «mito», que nunca ocurrió. Cuando oímos historias sobre dioses que pasean por la tierra, de muertos que se levantan de la tumba o de mares que se abren milagrosamente para permitir que un pueblo elegido huya de sus enemigos, las desechamos por increíbles y de falsedad demostrable. Desde el siglo XVIII hemos desarrollado una perspectiva científica de la historia; lo que más nos preocupa es lo que ocurrió de verdad. Pero, en el mundo premoderno, lo que más preocupaba sobre el pasado era qué había significado determinado suceso. Un mito era un hecho que había ocurrido una vez, pero que en cierto sentido ocurría continuamente. Debido a nuestra actual perspectiva estrictamente cronológica de la historia, no tenemos un término para definir semejante acaecimiento, pero la mitología es una forma de arte que va más allá de la historia y señala lo que hay de eterno en la existencia humana, ayudándonos a traspasar el caótico flujo de sucesos fortuitos y entrever la esencia de la realidad. La experiencia de lo trascendente siempre ha sido parte de la experiencia humana. Buscamos esos momentos de éxtasis en que nos sentimos profundamente arrebatados y brevemente impulsados más allá de nosotros mismos. En esos momentos tenemos la impresión de vivir con mayor intensidad de lo habitual, a toda máquina y explotando al máximo nuestra humanidad. La religión ha sido uno de los medios más tradicionales para alcanzar el éxtasis, pero si la gente ya no lo encuentra en templos, sinagogas, iglesias o mezquitas, lo busca en otros sitios: en la pintura, la música, la poesía, el rock, el baile, las drogas, el sexo o el deporte. Al igual que la poesía y la música, la mitología debería producirnos embeleso, incluso ante la muerte y ante el aturdimiento que pueda producirnos la perspectiva de la...