De Rojas / Puértolas | La Celestina | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 320 Seiten

De Rojas / Puértolas La Celestina


1. Auflage 2018
ISBN: 978-84-9740-737-3
Verlag: CASTALIA
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 320 Seiten

ISBN: 978-84-9740-737-3
Verlag: CASTALIA
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Su loca pasión por Melibea, lleva a Calisto a romper todas las barreras morales y sociales y a aliarse con una vieja alcahueta. El destino de Calisto y Melibea, engarzado con habilidad insospechada por Celestina, culmina fatalmente con la muerte de ambos. Desde el momento en que entra en escena, Celestina irrumpe no sólo en toda la obra, sino en toda la literatura, hasta convertirse en un personaje literario de fama universal. Reflejo de una sociedad conflictiva -la española del siglo xv- e intensa expresión de las más grandes pasiones humanas, Celestina resume y liquida la tradición medieval y abre las puertas a tiempos nuevos. En esta edición Soledad Puértolas ha trabajado el texto para versionarlo y acercarlo al español de nuestros días, de forma que todos los lectores, de cualquier edad y condición, puedan disfrutar con una de las grandes obras de la literatura española de todos los tiempos. 'La he disfrutado como novela, incluso como novela moderna, especialísima, donde lo que cuenta es la intensidad de las emociones de todos y cada uno de sus personajes', Soledad Puértolas.

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PRÓLOGO FASCINANTE CELESTINA Después de haberme comprometido a la difícil y rara empresa de reescribir La Celestina en español moderno, me asaltaron, como es lógico, inmensas dudas, flaquearon mis fuerzas, me invadió la inseguridad. ¿Cómo hacer que un texto publicado a inicios del siglo XVI fuera totalmente comprensible para el lector de hoy, cuando la lengua, en aquel tiempo, aún no se había fijado y faltaba todavía un largo siglo para que Cervantes la consagrara como indiscutible lengua literaria? Por lo demás, en mis tiempos escolares, nunca había conseguido llegar muy lejos en mis intentos de lectura de tan afamada obra y, más tarde, cuando estudié literatura española, pasé muy deprisa por ella, pues había otros textos que desde siempre me habían interesado más y quise dedicarles el máximo de mi tiempo, una vez que, al fin, me había decidido a estudiar lo que de verdad me interesaba. ¿Por qué, entonces, había aceptado enseguida la propuesta? ¿Un mero impulso de responsabilidad, reminiscencias de antiguas obediencias obligatorias? Leí los prólogos de las ediciones más recomendadas de la obra, hojeé algunos estudios de los que se consideran imprescindibles. ¿Cómo me había metido en semejante embrollo? Una mañana, dejé a un lado esos libros, me senté a mi mesa, abrí el ordenador, abrí la edición cuya letra era más clara, y me puse a escribir. «Argumento del primer acto». «Entrando Calisto... ». Y seguí y seguí. Sin darme apenas cuenta, escribí diez folios. Una traducción, eso es lo que era. Primero había que entender, lo cual, en algunos casos, significaba descifrar, y luego encontrar la expresión más ajustada en el español que hablamos hoy. Tenía algo de juego. Más parecido, me dije, a un sudoku que a un crucigrama. Aunque mucho más libre y abierto que los dos y que cualquier otro juego: el resultado no estaba fijado de antemano, dependía de mí. ¿Tenía alguna idea de lo que buscaba, de lo que quería?, ¿había una meta que me propusiera alcanzar? Sólo una, muy amplia: hacer de La Celestina una lectura placentera, tanto para quien se acercara a la obra por vez primera, como para el hipotético lector que en otras ocasiones hubiera abandonado el texto, desanimado, porque entendía muy poco, y el esfuerzo que debía realizar parecía excesivo -ingente, como me había parecido a mí-, y, aun sospechando que se privaba del disfrute de una obra clásica, se daba por vencido. No puede leerse todo. Siempre queda algo pendiente. En realidad, me dije, ya con diez folios escritos -como si en lugar de diez fueran cien-, vivo rodeada de esa clase de lectores. Yo misma me identifico con ese lector. Leí en voz alta mis diez folios, asombrada de entenderlo todo. ¿No lo había escrito yo? Sí, pero no: ese texto era La Celestina. Lo cierto es que me emocioné y, desde luego, el entusiasmo que sentía hacia la rara y difícil empresa que me esperaba superaba, ahora -¡afortunadamente!- a mis dudas. Antes de sentarme delante del ordenador, había leído en las introducciones de algunas adaptaciones teatrales de la obra que, en general, podía decirse que las opciones eran dos: o se traía La Celestina al presente, o se llevaba al lector al tiempo de La Celestina. ¿Qué era lo que estaba haciendo yo? Ninguna de las dos cosas, puede que las dos, no lo sé. Yo, simplemente, leía y traducía. Pero, a la vez, estaba sucediendo algo importantísimo: asistía a la formación de una lengua que aspiraba a expresar una enorme complejidad de emociones. La lengua estaba creándose. Ha sido fascinante palpar ese momento. Aún no se había escrito el Quijote. En La Celestina, la lengua es un torrente casi salvaje, lleno de fuerza y de luz y extremadamente ambicioso, que busca precisión, matices, juego, belleza, claridad, complejidad, expresividad, comunicación, arte. Habrá amantes de la literatura a quienes este tipo de empresas no les interese, habrá incluso quien crea que el mero intento de verter al español moderno una obra clásica resulta algo improcedente. Pero a quienes, como yo, se asomaron una vez a La Celestina y pensaron que era un texto muy difícil de leer, a ellos y a los lectores que se acercan por primera vez, les diré que mi intención ha sido, precisamente, eso: conseguir que el conjunto de frases que constituyen la obra resulten comprensibles a la primera lectura. Me he detenido frase tras frase, intentando captar su sentido. Algunas son muy enrevesadas y creo, sinceramente, que su significado se podría discutir. Pero el contexto de la obra, de cada escena, de cada acto, ayuda. El autor nos expone al comienzo el argumento de la obra y resume antes de cada acto el argumento que se va a desarrollar. Tenemos veintidós piezas así, la primera y general, y las ventiuna que corresponden a los actos. Sin duda, estos resúmenes nos sirven de guía, por muchas que sean las dudas que surjan después. Todos hablan mucho en La Celestina. Los personajes son elocuentes y hacen uso de innumerables recursos lingüistícos y estilísticos. La lengua, ya se ha dicho, está en plena ebullición, y el autor lo prueba todo: encadenamientos, enumeraciones, dichos populares, citas de autores clásicos, referencias míticas... No cabría imaginar más caminos expresivos. Lo que, naturalmente, se corresponde con la riqueza de matices en los personajes. En la empresa de hacer comprensible el texto he dejado fuera algunas frases (siempre que su ausencia no afectara al sentido general), y he modificado muchas otras. Casi todas. Por supuesto, las más largas. Pero incluso las cortas me pedían ser adaptadas a un lenguaje más actual. He evitado, en todo caso, caer en un exceso de modernidad, por así decirlo. No se trataba de escribir La Celestina como se habla hoy. Sería un contrasentido tratarla como si lo que se cuenta fuese algo que está ocurriendo en nuestros días, a no ser que se hicieran cambios mucho más drásticos. Sin duda, el argumento de La Celestina está unido a su lenguaje, que corresponde al siglo xvi. Hay algunas frases que han quedado intactas. Eso me ha producido una gran satisfacción. El aroma de la obra permanece en ellas. Me entusiasman esas frases, son como esas piedras que sobresalen en medio de la corriente de un río y que nos indican un posible aunque arriesgado paso. Fue maravilloso irlas reconociendo. Me han sido extraordinariamente útiles. Aún más que útiles, resultaban alentadoras, me han dado ánimos. Ellas eran las encargadas de sostener el entramado de la traducción. Habían permanecido intactas a través de los siglos. Finalizada la tarea, me alegré de que no se me hubiera encomendado expresamente que acortara la obra. He disfrutado, precisamente, en su extensión, en su magnitud. Que hablen todos tanto y tan bien, me maravilla. Me maravilla cada uno de los parlamentos. La obra me gusta, me entusiasma, me fascina como es, francamente irrepresentable. La he disfrutado como novela, incluso como novela moderna, especialísima, donde lo que cuenta es la intensidad de las emociones de todos y cada uno de sus personajes. La pasión física, el deseo, la codicia, la avaricia, el amor paterno, el amor filial, la amistad, las alianzas, las traiciones, la crueldad, la muerte... Todo está ahí, vivido y sentido.Y llega hasta nosotros. Esto es lo que he sentido y vivido yo mientras volvía a escribir La Celestina y me situaba -osadamente- junto a Fernando de Rojas, lo escuchaba y luego decía sus palabras de otro modo. Me he sentido una intérprete, una intermediaria a quien se le había confiado una misión delicada e importantísima. Por eso, aun cuando inicié mi labor directamente en el primer acto -ese «Entrando Calisto...», que en esta versión ha pasado a ser «Yendo Calisto...»- decidí luego ir a la primera página y reescribirlo todo, incluidas las palabras que dedica «El autor a un amigo» y el «Prólogo». Los versos que abren y cierran la obra han quedado casi como estaban. Aquí he limitado al máximo mi intervención, tanto porque en su mayor parte los versos se entienden bien, como para mantener la rima y el orden de las palabras que, como comprobará el lector, es fundamental. En suma, esta es una versión íntegra, si puede decirse así, de La Celestina. Ese ha sido mi reto1. Como es bien sabido, en La Celestina abundan los apartes y los cambios de escenario. Ya que el principal sustento de la acción es el diálogo, me ha parecido oportuno dar más relieve a estos dos elementos de apoyo. Simplemente eso, recalcar, subrayar los movimientos, las irrupciones de los personajes, sus entradas y salidas, sus murmullos. Si somos conscientes de dónde están sucediendo las cosas y quiénes están ahí, en el primer plano, o a un lado, estaremos en mejor situación para comprender lo que sucede. Los apartes y los cambios de escenarios nos permiten «ver» el escenario. Porque, además, los escenarios acompañan a los personajes. Son los personajes quienes los crean. Sin duda porque la lengua se está formando mientras el autor escribe la obra, he tenido la impresión de que unas veces fluye y otras se detiene y atasca, pero siempre sale adelante. Siempre triunfa. He seguido el ejemplo, he...



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