Garrard | La vida y el destino de Vasili Grossman | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 504 Seiten

Reihe: Ensayo

Garrard La vida y el destino de Vasili Grossman


1. Auflage 2011
ISBN: 978-84-9920-577-9
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

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Reihe: Ensayo

ISBN: 978-84-9920-577-9
Verlag: Ediciones Encuentro
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Vasili Grossman (1905-1964), convencido corresponsal de guerra del Ejército Soviético de origen judío, vivió los acontecimientos más terribles del siglo pasado: la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto y el Terror stalinista. El descubrimiento de la masacre nazi de 30.000 judíos, incluida su propia madre, en su pueblo natal, Berdíchev, le decidió a destapar la complicidad entre nazis y comunistas que había posibilitado este exterminio. Durante casi 30 años fue perseguido y su principal obra, Vida y destino, no salió a la luz hasta su publicación en Suiza en 1980. La vida y el destino de Vasili Grossman es la biografía más completa de quien hoy es considerado uno de los escritores más importantes del siglo XX, fruto de una investigación a partir de materiales de archivo que sólo tras la caída de la Unión Soviética pudieron conocerse. Pero además de un vivo y apasionante retrato de la vida del escritor en un estado totalitario, el libro de John y Carol Garrard aporta pruebas novedosas de los orígenes mismos del Holocausto.

Carol Garrard se licenció en Literatura inglesa e Historia americana en la Universidad de Virginia. Ahora se dedica a escribir y es editora independiente. John Garrard es profesor de literatura rusa en la Universidad de Arizona. Anteriormente cursó Estudios Orientales (Turco y Persa) en la Universidad de Oxford y tras graduarse se marchó a Canadá y EE.UU. donde trabajó en distintas Universidades. La caída de la Unión Soviética en 1991 le permitió estudiar diversos archivos no accesibles hasta ese momento, centrando su investigación en la invasión nazi en el territorio soviético. Basándose en ellos y conjuntamente con su mujer, Carol, escribieron este libro. Otras de sus publicaciones son Inside the Soviet Writter`s Union (1990) y Russian Orthodoxy Resurgent: Faith and Power in the New Russia (2008).

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PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS
Ahora que se acaba el atormentado siglo XX, cuyas contradicciones no resueltas se burlan de los ideales proclamados y de la fe en el ineludible progreso humano, no podíamos dejar de ver claramente cómo sus deslumbrantes conquistas científicas y tecnológicas no han sido empleadas para aliviar los sufrimientos de la humanidad, sino para empujar al mundo a horribles guerras y prepararlo para conflictos más espantosos. En ningún lugar esto es tan evidente como en Europa, cuna de la civilización y de la democracia occidentales, pero también de dos Estados totalitarios en menos de una generación: la Alemania nazi, que implicó a la mayor parte del continente en una guerra que vio cómo la ciencia quedó sometida a los objetivos bélicos y a la ejecución del genocidio, y la Rusia soviética, que, después de haber esclavizado y aterrorizado a su misma población, atormentó a la parte de Europa que había arrebatado a la Alemania nazi. La posterior Guerra Fría, por su parte, mantuvo amenazado, durante cincuenta años, al resto del mundo a causa de la amenaza del holocausto final del Armaguedón nuclear. Hubo algo particularmente siniestro en este período de guerra, caliente y fría al mismo tiempo. Fue Winston Churchill el que se dio cuenta del nuevo ingrediente de la violencia humana en su discurso radiofónico «Battle of Britain» de 1940. «Si fracasamos», advirtió, el planeta «se hundirá en el abismo de una nueva Edad de las Tinieblas, más tétrico y quizá más largo a causa de una ciencia que ha perdido su naturaleza». Churchill fue, como de costumbre, previdente al vincular la brutalidad y la intolerancia medievales con el desalmado exterminio masivo llevado a cabo con la tecnología moderna. El período que va de 1914 (año del asesinato del archiduque austríaco Francisco Fernando en Sarajevo) a 1991 (año de la disolución oficial de la Unión soviética) constituye una guerra prolongada que aumenta en poder destructivo. Ha habido ciertamente períodos en los que armas e infantería no han sido utilizadas en ningún lugar de Europa, pero sus poblaciones han vivido, sin embargo, bajo la amenaza de muerte y destrucción inminentes, cuyo símbolo era el Muro de Berlín. Además, no hay que olvidar, aunque sea a costa de sacrificar nuestro amor propio, que, poco después de haber celebrado el final del imperialismo soviético, la misma ciudad oscura de los Balcanes, cuyo nombre es Sarajevo, se convirtió de nuevo en objetivo de la «limpieza étnica», eco inconfundible de la matanza genocida llevada a cabo por los nazis y por sus colaboradores en toda Europa, cuyo resultado estimado es el asesinato de un tercio de los judíos europeos. El Holocausto introdujo algo nuevo en la historia humana, algo más terrible que los saqueos sufridos por las poblaciones de Europa desde 1618 hasta 1648, durante la guerra de los Treinta Años, cuando pandillas de bandidos se movían a placer violentando a la población civil con una intensidad tan macabra que inquietaba a los observadores contemporáneos. Esta violencia era considerada oportunista y casual, aunque llevada a cabo en el curso de rapiñas y saqueos que formaban parte de la guerra desde la noche de los tiempos. incluso la Muerte Negra de la mitad del siglo XiV, un desastre natural que se llevó por delante un tercio de la población europea desde Islandia hasta los Urales, se desvanece si la comparamos con el genocidio perpetrado por la Alemania nazi y sus aliados. De forma más profunda, el Holocausto es algo más inmoral e inconmensurable, porque fue planificado y ejecutado con mente fría y lúcida, que exigió también tecnología e ingenio logístico. En la última década del siglo XX Europa y el resto del mundo han dejado de estar amenazados por la guerra nuclear: la Rusia soviética ha explotado y se ha derrumbado bajo el peso de sus propias mentiras, de la corrupción y —colmo de la ironía— de las contradicciones internas al propio marxismo. ¿Han acabado también nuestros problemas? Es difícil creerlo. Tenemos que enfrentarnos no con un «espejo lejano» de la catástrofe y de las matanzas aleatorias del siglo XiV, sino con las televisiones que hacen entrar la violencia y el sufrimiento en nuestras casas. La proliferación nuclear avanza velozmente; el antisemitismo resurge en dos países que en el siglo XX hicieron mucho por alimentarlo, Alemania y Rusia; odios tribales igualmente viscerales, pero revestidos de nacionalismos, se difunden en los llamados países del Tercer Mundo, que ahora, de modo optimista, son llamados países en vías de desarrollo; fundamentalismos religiosos y seculares proclaman su propia comprensión unívoca de la voluntad de Dios y de la voluntad humana; la población en esos países más pobres aumenta exponencialmente, lo mismo que las enfermedades y el hambre; la humanidad continúa envenenando sus propios pozos, infligiendo daños, quizá irremediables, al medio ambiente. Ninguno de estos problemas es nuevo, pero los enormes progresos de la ciencia y de la tecnología en este siglo los han hecho, paradójicamente, mucho más devastadores, potencialmente apocalípticos. Vivimos todavía con la herencia de las guerras que no sólo han exterminado y mutilado a muchos millones de seres humanos, sino que nos han impedido también combatir las causas radicales de la muerte y de la destrucción que tuvieron en jaque al siglo XX. Hasta que no seamos plenamente conscientes de tales contradicciones evidentes así como de nuestros errores, no podremos esperar resolver los problemas que finalmente logramos encauzar. Esto es lo que intentamos hacer en este libro: comprender mejor dónde nos hemos equivocado, pero no en virtud de una investigación histórica que pasa revista a los mayores acontecimientos del siglo XX. Hemos elegido, más bien, un enfoque más modesto: el examen de las instancias suscitadas por ellos a lo largo de la vida y de las obras de un hombre. Vasili Grossman (1905-1964) podrá parecer, de buenas a primeras, una opción sorprendente como guía y como modelo. ¿Por qué precisamente uno que murió relativamente joven, antes de que el siglo hubiese transcurrido en sus dos tercios? Y, además, ¿por qué elegir un escritor soviético cuyos trabajos no son muy conocidos en Occidente? ¿Por qué precisamente un ruso? ¿Por qué no un americano o un británico? ¿Por qué no un estadista de éxito, un poderoso conquistador o un fino diplomático? Pues bien, los escritores de profesión tienen una ventaja sobre los hombres (y mujeres) de acción, debido a que sus obras siguen hablándonos directamente incluso después de la muerte de sus autores y ellos se ocupan no sólo de las causas inmediatas y de los efectos, sino también de los resultados a largo plazo. Además, hemos oído contar ya los acontecimientos considerados más importantes a la mayor parte de los protagonistas del siglo. sus consideraciones se centran, como es natural, en los triunfos o tribulaciones personales o en las grandes cuestiones de Estado contempladas desde una posición de orgullosa distancia. No buscábamos un observador imparcial, que distribuyese sabiduría olímpica, meditada con tranquilidad. Es hora de oír qué tiene que decir alguien más cercano a tierra, alguien que no sólo estuvo inmerso en los terribles acontecimientos de este siglo, sino que tuvo el talento para escribir sobre ellos y para ayudarnos a ponerlos de relieve. En cierto sentido, hemos intentado buscar un individuo que nos pudiese hablar de tales acontecimientos igual que lo hizo Anna Frank como víctima del Holocausto. En efecto, Grossman fue víctima del Holocausto y de otros muchos horrores e intentó también levantarse por encima del dolor, contando su propia historia de modo que cada uno pudiese comprender y dar significado a este conjunto de desgraciados acontecimientos. Para nuestros objetivos no deja de ser importante que Grossman sea relativamente poco conocido, al menos en Occidente, aunque haya vivido una vida extraordinaria y sea uno de los mayores escritores rusos del siglo XX. Su fama de novelista en Rusia supera la de Alexandr Solzhenitsin, Boris Pasternak y la de muchos otros preferidos en Occidente. Aquí su modesta fama se debe a que al final de su vida fue literalmente transformado en «no persona» por las férreas autoridades soviéticas y sus obras más importantes apartadas de la circulación. si logramos seguir sus experiencias sin prejuicios, compartiendo directamente el descubrimiento de sí mismo y de su tiempo, podremos aprender de su triste destino. Grossman fue en realidad un hombre marcado por profundas contradicciones, como la época en que vivió. La suya fue una vida marcada por conflictos morales, culturales y filosóficos. Aunque fue uno de los primeros beneficiarios del régimen soviético, así como un intelectual que trabajó y luchó por la supervivencia de este último, fue evolucionando desde la adhesión a la Revolución de Octubre a un gradual, pero total, rechazo de las premisas y de los valores fundamentales del marxismo-leninismo. La existencia del judío Grossman se desarrolló alternando asimilación y oposición. Tuvo experiencia tanto del antisemitismo nazi como del soviético. Aunque amante de la literatura rusa y de la cultura europea, fue obligado a trabajar en un ambiente literario dominado por el realismo socialista y por el chovinismo soviético. Gran admirador de Spinoza y Chéjov, luchó por dar un sentido a la amoralidad y a la Realpolitik del régimen leninista-estalinista. Permaneció en silencio cuando parientes y amigos fueron eliminados por el Gran Terror de los años treinta del siglo XX, pero mostró un heroico valor como principal...



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