E-Book, Spanisch, 120 Seiten
Mayoral La única mujer en el mundo
1. Auflage 2016
ISBN: 978-84-350-4733-3
Verlag: EDHASA
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 120 Seiten
ISBN: 978-84-350-4733-3
Verlag: EDHASA
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Damián, un niño solitario y sensible, se queda enganchado en la verja de la finca del Pirata. Se convierte en un hombre lleno de dudas que busca la belleza y el amor. Adolfo, el amigo del alma, rodeado de malas compañías que lo llevan a la oscuridad. Luz Áurea, la hija del Pirata, hermosa y extraña, bruja para unos y hada para otros, vive en su finca-fortaleza con salida al mar, por donde arribaba el tráfico de drogas que dio origen a su fortuna. Ella liberará a Damián de la verja, pero lo dejará preso para siempre de su imagen. Marcos, profesor universitario, homosexual, cuida de su reputación e imagen hasta que el joven Damián aparece en su vida, para volcarla en un remolino del que no podrá salir. Y Amara, quien a los 16 años sufre una violación y su vida se trastorna. Sueña con las muertes horrendas de sus violadores, y esos sueños se hacen realidad.Con ellos, con una prosa tan clara como musical, se deslinda la historia de Brétema, y de unos seres que, con sus luces y sombras, nos desvelan el misterio del amor, de la vida y de la muerte.
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Primeras mentiras (Invierno de 1974) Una mujer joven con un niño de la mano avanza por un sendero de montaña, bordeado de nieve. El valle está cubierto por un manto blanco que unifica los prados. Los montes tienen las cumbres nevadas. Un sol pálido, entre nubes, hace brillar la nieve que robles y castaños mantienen todavía en sus ramas. El niño se suelta de la mano y corre hacia el borde del camino. –¡Mira, mamá! Flores en la nieve... ¿Son tojos? La mujer se acerca, sonriendo. Mira el arbusto con flores amarillas que crece entre el verdor de la pared de tierra, salpicada de nieve. –Son forsitias, Damián, las primeras plantas en florecer. En febrero ya echan la flor. –¿Se llaman forsitias en español? –Sí, y en inglés se llaman igual, aunque se pronuncia de forma diferente: forsythia... Es un arbusto de jardín. El viento debe de haber traído hasta aquí alguna semilla. Damián se quita un guante y acaricia los pétalos de las flores. –A papá le gustaría verlas. ¿Por qué no viene nunca a pasear con nosotros? ¿Es porque es viejo? –No digas eso, Damián. Tu padre no es viejo. –Es más viejo que los papás de los otros niños. –Papá hizo muchas cosas importantes antes de casarse y tener un hijo. Vivió y estudió en Alemania, en Francia, en Inglaterra, y aprendió muchas cosas que ahora puede enseñarte a ti y a otras personas. Damián asiente con la cabeza. –No volveré a decirlo... –Señala la planta–. Pobrecitas, se van a helar... ¡Qué pena! Son preciosas. La madre mira el cielo cubierto por una neblina que el sol apenas consigue traspasar. –No creo que hiele. Y la nieve es buena para las plantas. Lo más seguro es que esta noche llueva y suba la temperatura. Damián coge de nuevo la mano de su madre, que echa a andar. –En Inglaterra llueve mucho, ¿verdad? Y hace más frío que aquí. ¿Y hay nieve? –Sí. Llueve más que aquí y a veces hay nevadas fuertes. –¿Por qué papá quiere que vaya a estudiar a Inglaterra? La madre guarda silencio; parece que va a decir algo, pero no lo hace. Damián sacude su mano. –¿No debo preguntar eso? Ella se detiene y acaricia la cara del niño. –No debes plantearlo así, como si fuese un empeño de tu padre. Es una decisión de los dos. –¡Pero es él quien quiere que vaya a Inglaterra! Yo hablo inglés contigo, leo libros ingleses, no necesito irme allí. Tú puedes seguir enseñándome lo que no sé. –En Brétema no puedes recibir la educación que tu padre... La educación que queremos que tengas. El niño abraza a su madre por la cintura y apoya la cabeza en su cuerpo. –Aquí tengo a mis amigos, mami. Y te tengo a ti. La madre le acaricia la cabeza. Tiene los ojos húmedos y un gesto triste en la boca. –Ahora todavía eres demasiado pequeño. Primero irás a pasar un mes con mis padres, en verano, y después a un colegio donde practicarás deportes y lo pasarás muy bien, te lo aseguro. –Pero ¿cuándo?, ¿cuándo? –No será este verano. En el próximo irás con los abuelos, que te cuidarán y te querrán mucho. Y, cuando tengas nueve años, ya veremos, Damián... ¿Para qué preocuparse antes de tiempo? Disfrutemos del presente. –El cura del colegio dice que el futuro está en manos de Dios. –En manos de Dios y en nuestras manos. –Este verano lo pasaré aquí. ¿Me lo prometes? –Te lo prometo. Damián respira hondo y sonríe a su madre, acaricia su cara y el mechón de pelo rubio que sobresale del gorro de piel. –¡Te quiero mucho, mami! Eres tan buena y tan guapa... Eres como las hadas. –¿Has visto tú muchas hadas? –La madre se ríe. –En los cuentos... Pero existen, igual que las brujas. –Damián, las brujas no existen, eso son supersticiones que no debes creer y que son peligrosas. Ha habido mujeres que murieron porque algunas personas se empeñaron en decir que eran brujas. Y créeme: nadie puede hacer daño sólo con mirar o con conjuros... Hay gente mala, eso sí, pero no hay brujas, ¿me entiendes?, ¿entiendes lo que trato de explicarte? –Sí, sí, te entiendo. Pero las hadas sí que existen. La madre lo mira con ternura y suspira. –Las hadas, esas mujeres hermosísimas que tienen poderes sobrenaturales, sólo existen en los cuentos, Damián. –Pues yo he visto una. –Mira a su madre a los ojos y vacila un momento–. Si me prometes que no se lo dices a papá, te lo cuento. –No está bien ocultarle algo a papá. Pero, en fin, eso de haber visto a un hada puede quedar como un secreto entre tú y yo. Damián se aparta un poco para observar mejor su rostro. –Fue cuando me hice la herida en las orejas, cuando tuvieron que ponerme la inyección contra esa cosa. –El tétanos. –No me hice la herida en la verja de la catedral... –Espera la reacción de su madre, que guarda silencio–. Fue en la verja de la casa del Pirata. –¡Ah...! ¿Qué hacías tú allí? ¿Y por qué mentiste? –Estaba con otros chicos del cole. Ellos me pidieron que no dijera que estábamos allí. –¿Por qué? ¿Qué hacíais? Damián parece arrepentido de haber iniciado la conversación. Mira a su madre con pena. –Me has prometido no decirle nada a papá. Lo prometido es deuda. La madre le da un golpecillo en el pasamontañas que le cubre la cabeza. –Lo prometí y lo cumpliré. Y ahora cuéntamelo todo, sin mentir. –Robábamos manzanas. –Habla con rapidez y refuerza sus palabras con gestos de las manos–. Ellos las robaban y yo los ayudaba, porque yo no tengo palo, ni rastrillo. Dan golpes al árbol, las manzanas caen y se pueden arrastrar hasta la verja con el rastrillo. Yo las recogía y las sacaba fuera. Y, por alcanzar una que estaba más lejos, metí la cabeza y me quedé enganchado. Entonces llegó el coche del Pirata, y todos se fueron corriendo y me dejaron allí. Adolfo estaba de vigilante, no sabía que yo estaba enganchado. Me ha jurado que, si lo hubiera sabido, él se habría quedado allí conmigo, pero que no lo sabía. Gritó: «¡El Pirata! ¡El Pirata!», y salió corriendo, como todos. Y yo me quedé allí. La madre lo mira con cara de asombro. –¡Y de todo esto no dijiste ni una palabra! –Has prometido... –¡Sí, lo he prometido!... Damián, por estas cosas tu padre quiere que te eduques en Inglaterra. ¡Robar manzanas de una finca cerrada! ¡Y mentir a tus padres! –Me lo pidieron mis amigos, no podía traicionarlos. El padre de Adolfo le pega con el cinto. Perdóname, mami... Se lo conté al cura cuando me confesé para la primera comunión, y Dios me perdonó por diez padrenuestros... –Coge la mano de su madre y la acaricia–. No te enfades, anda... ¿Ya no quieres que te cuente lo del hada? Ella fue la que me liberó de la verja. La madre lo atrae hacia ella. Suspira. –Está bien. Cuéntamelo. –En el coche del Pirata... –¡Un momento! No debes hablar así del dueño de esa finca. No es un pirata, eso es como lo de las brujas, habladurías de la gente. –¡Es que no sé cómo se llama! –Yo tampoco, pero puedes decir como yo: el dueño de la finca. –Bueno... Pues en el coche del dueño de la finca no venía él. Venía su hija con el chófer, que quería cortarme las orejas por robar manzanas, pero ella no dejó que lo hiciese; lo mandó a buscar una sierra, no para cortarme las orejas, sino para cortar los hierros de la verja. Y, mientras, se puso a mi lado y me dijo que ella no iba a dejar que me hiciese daño, y que se llamaba Luz Áurea, que quiere decir ‘Luz de Oro’... ¿Eso es un nombre de hada, verdad, mami? –Sí, es un bonito nombre, propio de un hada. –Es que es un hada, mami. Me puso las manos sobre las orejas, unas manos muy blancas y muy frías, como si fuesen de nieve, y me hizo así. –Alarga los brazos hacia ella–. Agáchate un poco. La madre inclina la cabeza y Damián le acaricia las orejas, pasando las manos bajo el gorro que las cubre. –Me puso así las manos y me untó las orejas con su saliva. Y, de pronto, ¡ya estaba libre! Yo había intentado antes librarme, tirando y tirando hasta hacerme sangre, y no podía, y, sin que yo hiciese nada, ella me tocó las orejas y ¡libre! Es un hada, ¿verdad?, ¿verdad, mami? La madre se queda un rato en silencio ante la mirada expectante del niño. –¿Le has contado esto a alguien, Damián? ¿Se lo has contado a tus amigos? –No. Ellos estaban en el camino, esperando a ver qué pasaba y, cuando me vieron llegar con la camiseta manchada de sangre, me pidieron que no contase que estaban robando. Y yo entonces les dije que ellos me habían dejado solo, que eran unos cobardes. Y ellos decían: «¡No lo digas, por favor, por favor!». Casi lloraban, y me dieron muchos cromos y bolas. –Oh, my God!... ¡Compraron tu silencio, Damián!, ¿te das cuenta? Eso no debe hacerse. Tu padre tiene razón. No son buenas compañías. –Yo quería que pensasen que me había liberado...