E-Book, Spanisch, 288 Seiten
Reihe: Teología
Polkinghorne La Trinidad y un mundo entrelazado
1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-9945-966-0
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Relacionalidad en las ciencias físicas y en la teología
E-Book, Spanisch, 288 Seiten
Reihe: Teología
ISBN: 978-84-9945-966-0
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
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La Trinidad y un mundo entrelazado constituye un serio intento de reflexión colectiva e interdisciplinar sobre las posibilidades, límites y fundamento de una «ontología relacional». Su fundamento es doble: los recientes descubrimientos de las ciencias físicas -especialmente el llamado «entrelazamiento cuántico»- que nos descubren la relacionalidad propia del universo, y las recientes tendencias teológicas del llamado nuevo trinitarismo, que redescubren la relacionalidad amorosa propia de nuestro Dios trino y uno. La necesidad de una nueva ontología surge en todo intento serio de desarrollar una creación evolutiva, como los realizados en los volúmenes 1 y 3 de esta colección Teología y ciencias. Porque con la ontología de Santo Tomás, basada en la sustancia y el hilemorfismo, no es fácil explicar, por ejemplo, los sucesivos enriquecimientos filogenéticos de nuestro genoma. Y esa necesidad crece aun, si prolongamos la creación evolutiva, en una teología de la gracia y de la gloria (¡tipos muy especiales de relación divino-humana!). Dada la diversidad de coautores y horizontes interdisciplinares, este libro alude a concepciones muy diversas de «ontología relacional». Pero sugiere opciones mayoritariamente compartidas: considerar fundamentales tanto las relaciones como las entidades, centrarse en relacionalidad de tipo causal, explotar la semiótica ternaria de Peirce; expresar las analogías y disanalogías entre las relaciones divinas y las creadas, y atender a las divino-humanas. Creemos que es ese tipo de opciones que ha de guiar nuestra búsqueda ulterior.
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Introducción
JOHN POLKINGHORNE En su exploración del mundo físico la ciencia ha encontrado cada vez más que los conceptos de atomismo y mecanismo, aunque sin duda son útiles para algunos propósitos, son sin embargo incapaces de expresar plenamente el carácter de la realidad física. Un reduccionismo metodológico, que descompone entidades complejas en sus partes constituyentes más simples, ha demostrado a menudo ser una estrategia eficaz para la investigación en ciencia, pero esto de ninguna manera es siempre así. Parece que la naturaleza se resiste contra la suposición de que un punto de vista puramente atomístico sea ontológicamente adecuado. La historia de la física del siglo XX puede leerse como la historia del descubrimiento de muchos niveles de relacionalidad intrínseca presentes en la estructura del universo. En el capítulo 1, John Polkinghorne examina la amplia gama de fenómenos que han llevado a este reconocimiento de la conectividad holística en el mundo físico. En los capítulos 2 y 3, Jeffrey Bub y Anton Zeilinger respectivamente, prestan especial y detallada atención a uno de los fenómenos más notables de la relacionalidad física, la propiedad del «entrelazamiento cuántico». En el mundo subatómico, la interacción entre partículas puede dar lugar a estados que tienen que ser considerados como propios de un solo sistema unificado, aunque las partículas que lo constituyen puedan hallarse ampliamente separadas en el espacio. Zeilinger hace hincapié en que lo que se conoce con certeza de estos estados entrelazados no son las propiedades individuales de los componentes, sino las relaciones que existen entre ellos. En el capítulo 4, Michael Heller explora un nuevo enfoque de la teoría cosmológica que se basa en las matemáticas de la geometría no conmutativa. Según este punto de vista, en lo más profundo de la realidad física solo hay propiedades globales, y nuestras experiencias aparentemente localizadas en espacio y tiempo, emergen como aproximaciones a esta realidad física más sutil. Estas ideas y descubrimientos científicos son de importancia obvia para las explicaciones metafísicas y teológicas de la realidad. Sin embargo, hay que reconocer que no existe una vinculación lógica simple entre la física y la metafísica, o desde la ciencia a la teología. Los descubrimientos de la ciencia restringen, pero no determinan, la forma de pensamiento más integral, algo así como los cimientos de una casa, que restringen pero no determinan de manera exclusiva el edificio que se construirá sobre ellos. Por ejemplo, la naturaleza de la causalidad es una cuestión metafísica no establecida por la sola física, aunque el gran éxito explicativo de esta última no fomenta la idea de que todo lo que obtiene no es más que una coincidencia constante, misteriosa e inexplicable. Este punto queda suficientemente claro por el hecho de que hay dos interpretaciones de la teoría cuántica, la indeterminista y la determinista, y que ambas tienen igual adecuación empírica. La elección entre ellas ha de hacerse por razones metacientíficas, tales como juicios de economía, elegancia y falta de artificio. La relación entre las intuiciones físicas presentadas en los cuatro primeros capítulos de este libro y las discusiones de los capítulos siguientes han de depender de algún tipo de discernimiento alógico sobre grados de conexión de parentesco, del tipo que podría caracterizarse mediante palabras tales como «resonancia», «consonancia», «analogía», «influencia mutua» y similares. Consiguientemente, este libro ofrece una variedad de opciones sobre cómo puede entenderse la ontología relacional cuando se considera en el contexto más amplio y de la manera más profunda. En el capítulo 5, Wesley Wildman propone utilizar un concepto de causalidad como el factor común en las consideraciones de la relacionalidad, aunque admite que hay formas de relación (axiológica, conceptual, lógica) que requieren una discusión especial para cada una de ellas. Wildman identifica cinco tipos metafísicos de teoría causal: de la participación (en la que coloca la teología trinitaria); pratitya-samutpada (basada en la doctrina budista de anatta); procesual (siguiendo el pensamiento de A. N. Whitehead); semiosis (derivada del pensamiento de C. S. Peirce), y del orden implicado (que surge de la interpretación determinista de la teoría cuántica propia de D. Bohm). En el capítulo 7, Argyris Nicolaidis muestra cómo un físico considera el enfoque de Peirce como especialmente esclarecedor. En el capítulo 6, otro científico, Panos Ligomenides, explica que le resultan muy útiles los conceptos panteístas de Benito Espinosa, al identificar lo divino con la estructura profunda del universo (deus sive natura). Este tipo de religión cósmica es bastante común entre los científicos y fue bien acogido por Albert Einstein, quien decía que, si tenía un Dios, era en realidad el Dios de Espinosa. Los tres capítulos siguientes están dedicados a las intuiciones que aporta la teología trinitaria, con su comprensión del Dios tri-uno cuyo ser esencial está constituido por el intercambio pericorético de amor mutuo que penetra totalmente las tres Personas divinas. En el capítulo 8, Timothy Ware ofrece una reseña de la teología trinitaria patrística. Evaluaciones contemporáneas de este recurso clásico de la teología cristiana han hecho recientemente una cierta revisión de los juicios formulados sobre ella. La concepción anterior había tendido a establecer una distinción entre las teologías de las Iglesias Oriental y Occidental, al sostener que la primera concedía prioridad al reconocimiento de los Tres antes de pasar a discutir la unidad del Uno, mientras que el pensamiento de la segunda parecía avanzar en la dirección opuesta, del Uno a los Tres. Se reconoce muy ampliamente hoy día que Oriente y Occidente están más cerca entre sí que lo que sugiere esa concepción. Se está proponiendo, por tanto, una explicación más equilibrada, que no da prioridad ni a la relacionalidad sobre el ser, ni al ser sobre la relacionalidad. Ciertamente, está en curso un fuerte debate sobre estos temas, y los capítulos 9 y 10, de Lewis Ayres y John Zizioulas respectivamente, ofrecen al lector el acceso a esta discusión actual. Este volumen concentra deliberadamente su atención sobre la relación entre el pensar en las ciencias físicas y en materias de mayor contenido interpretativo, sin desear con ello dar a entender en modo alguno que no se pueden encontrar también fuentes importantes de pensamiento en la biología, la antropología y la sociología. Los dos capítulos siguientes tratan de restablecer un poco el equilibrio de nuestro libro. En el capítulo 11, el teólogo sistemático Michael Welker elabora ideas sacadas de los estudios del desarrollo infantil, para defender una explicación compleja de la naturaleza de la relación, que va más allá de las simples nociones de operación entre «dos puntos de referencia». En el capítulo 12, David Martin utiliza ejemplos tomados de los estudios sociológicos, para argumentar a favor de un elemento carismático en las relaciones humanas que solo escatológicamente encontrarán su consumación. Como epílogo, Sarah Coakley ofrece algunas reflexiones sobre la relacionalidad trinitaria y sobre el análisis filosófico de los conceptos de relación y causalidad. Estas reflexiones se ofrecen en parte como una contribución para llevar la discusión mucho más allá de los límites del presente libro. Coakley distingue tres fases en el desarrollo de la teología trinitaria del siglo XX. La primera (Lossky, Barth, Rahner) se centró en oponerse al rechazo de la metafísica teológica por parte de la Ilustración. En la segunda fase (Zizioulas), fue el individualismo atomista el que tuvo que ser combatido. Este último fue un movimiento que resultó agradable para algunos científicos y ha servido para fomentar una interacción positiva entre la ciencia y la teología. Muchos de los autores de este libro han sido influenciados por esta concepción, pero también ha habido una tercera fase de reacción a la misma, que Coakley ve representada en estas páginas por Ayres y, hasta cierto punto, por Ware. La conclusión de su análisis teológico es que se pueden ver señales de «el fin de la mordaza impuesta por la Ilustración a la metafísica especulativa sobre lo divino» (véase § 13.2.3, p. 243), una proposición en la que todos los demás autores de este libro sin duda estarán de acuerdo. Por último, Coakley destaca la complejidad del debate filosófico acerca de los conceptos de relación y causalidad. Su último reto es preguntar «¿por qué tres?». Un amplio estudio de este tipo se enfrenta a dificultades terminológicas y problemas conceptuales. Son fundamentales para la discusión términos como «causalidad» y «relacionalidad», que tienen un carácter polivalente, y varían en sus significados precisos de acuerdo con los contextos en que se están empleando. Ciertamente, no parece haber una definición unívoca simple de esas palabras clave que sirva para toda la amplitud del libro. En su lugar, los autores manejan una colección de significados conexos, relacionados entre sí por una especie de «aire de familia» wittgensteiniano. Por ejemplo, hay contextos en los que la idea de causalidad implica un elemento temporal significativo (causa que precede y trae consigo un efecto), que no hallaremos en otros usos (sostenimiento causal de la creación por el Creador; el concepto trinitario del Padre como la fuente eterna del ser del Hijo y del...