E-Book, Spanisch, 264 Seiten
Reihe: Filosofía
Pérez Cortés / Giusti / Rendón Alarcón Itinerarios de la razón en la modernidad
1. Auflage 2013
ISBN: 978-607-03-0394-4
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 264 Seiten
Reihe: Filosofía
ISBN: 978-607-03-0394-4
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
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El presente libro se propone dos cosas: en primer lugar, seguir el itinerario de la razón, esto es, la mirada crítica que ella está obligada a tener sobre sí misma en todos los dominios: político, religioso, científico o estético. Lo hace examinando una serie de autores representativos de esta crítica: Hegel, Marx, Heidegger, Benjamin, Arendt, Habermas, Foucault. En segundo lugar, el libro se propone expresar nuestra convicción de que, cualquiera que sea la valoración que se haga de la modernidad y de la Ilustración, no cabe renunciar a la razón. Si es preciso reconsiderar la incertidumbre no es para desesperar de la razón y volver a las pasadas formas de sumisión religiosa o política, sino para continuar la búsqueda de una forma de razón susceptible de guiar a los seres humanos a construir un mundo acorde con su concepto y que responda a las expectativas de libertad, justicia e igualdad.
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PRESENTACIÓN
La modernidad representa una cima en la historia de la razón en Occidente. Las profundas transformaciones científicas y sociales iniciadas a mediados del siglo XVII produjeron, al romper con el orden antiguo y medieval, una sensación de libertad política e intelectual sin precedentes cuyas resonancias se extienden hasta nuestro presente. La gran protagonista de esta liberación fue la Razón. A la razón le fue confiada la tarea de restablecer, sobre bases humanas, los nuevos principios que habrían de sustituir a la quebrantada autoridad religiosa y civil del pasado. Lo que hasta entonces había descansado en la fe, la tradición y la autoridad fue cuestionado a la luz de la razón. Y a la larga, todo ello fue remplazado por principios provenientes de la naciente revolución científica y de la llamada ‘nueva filosofía’. Nada escapó, a fin de cuentas, a la crítica instituida desde el tribunal de la razón. Este libro busca describir algunos de los momentos más relevantes de ese itinerario, por momentos lleno de incertidumbre, que la Razón inició a partir de tal momento. Naturalmente, la emergencia de esta enorme conmoción fue gradual. Paso a paso, fueron desafiadas todas las concepciones heredadas acerca de lo que era la humanidad, la sociedad, el orden político, el cosmos y hasta la veracidad de la Biblia y la fe cristiana. Subyacía en el fondo un poderoso movimiento de racionalización y secularización. En el plano de la religión, surgió un irresistible impulso a la incredulidad, especialmente en torno a la intervención divina en los asuntos de este mundo y de la existencia de una vida después de la vida. La incredulidad alcanzó a todas las iglesias, católicos, luteranos, calvinistas y anglicanos quienes, a pesar de sus internos antagonismos teológicos concordaban en la necesidad de una autoridad superior e inconmovible. La mayoría vio como una catástrofe el que se sustituyeran los mandatos de Dios por los fines humanos y desde luego, opusieron resistencia: si este movimiento lograra extenderse, muy pronto todas las cuestiones morales, políticas y sociales estarían referidas simplemente a la felicidad de los individuos en esta tierra. La felicidad, afirmó Saint-Just un poco después de concluida la Revolución francesa, “es una idea nueva en Europa”. Pero tal resistencia fue inútil. Si en un primer momento esta conmoción alcanzó fundamentalmente a las élites patricias, cortesanas, religiosas y académicas, muy pronto se transmitió a la gente común por diversos canales, produciendo el mismo quebranto en las estructuras de la autoridad, las creencias y la fe tradicionales. Mucho más tarde, Nietzsche afirmaría la muerte de Dios, pero todo se inició con la muerte de Satán, esto es con el debilitamiento de la creencia en la inmortalidad del alma, en la existencia del infierno, los demonios y los espíritus y en una vida posterior llena de castigos y recompensas. Es por esto que los debates en torno a la primera modernidad se concentraron en gran medida en torno a las variantes de la incredulidad hasta su forma más extrema, el ateísmo. La erosión de tales principios tenía sin embargo orígenes muy diversos: provenía sin duda de la interpretación de los resultados de los científicos naturales quienes ofrecían la imagen de la naturaleza como algo sometido por entero a leyes propias y accesible a la razón humana, sin misterios trascendentes. Provenía también de los filósofos, quienes devolvían a los seres humanos la responsabilidad de su propia conducta y de las leyes que la gobernaban, sin invocar ninguna ley otorgada por Dios, absoluta e inmutable. La incredulidad podía incluso provenir de los libertinos del siglo XVII quienes en sus libelos solían representar a los más altos dignatarios religiosos y políticos dominados por el deseo carnal, lo mismo que todos los demás hombres, con la diferencia de que carecían del poder viril del que estaban dotados los más pobres. Ya nada estaba basado en Dios. Es por esta erosión extensa y profunda que, llegado el momento, ni las diferentes iglesias, ni las aristocracias gobernantes, pudieron oponer una estrategia intelectual coherente y unificada al movimiento de secularización en los dominios de la educación, la cultura o la política. Esta ruptura profunda con las concepciones heredadas en el plano religioso y político era el índice del surgimiento de una nueva época histórica en Occidente. Todos los dominios de la vida humana se vieron alterados. Ante todo, se rompieron gradualmente los nexos tradicionales con la tierra: desaparecieron los pequeños agricultores convertidos ahora en proletarios urbanos, pero también desapareció gradualmente la clase de grandes terratenientes que sustentaba el orden político del antiguo régimen. En el lugar de ambos apareció una masa de productores independientes y de trabajadores liberados de las antiguas formas de dominación: en una palabra irrumpió lo que más tarde sería llamado “capitalismo”. Con éste se modificaron los espacios donde transcurría la vida cotidiana: surgieron las grandes concentraciones urbanas y con éstas una cauda de cuestiones en torno al control, vigilancia, integración o castigo de esas masas humanas. Los nuevos actores sociales debieron idear formas inéditas para justificar y legitimar sus formas de convivencia: la política, un saber antiguo que se había visto eclipsado durante la Edad Media resurgió dando lugar a reflexiones acerca del fundamento del orden civil como las de Hobbes, Rousseau o Montesquieu. Uno de los dominios en los que las transformaciones fueron más espectaculares fue el de la ciencia y la tecnología aplicada a la producción. Con ello cambió la actitud de los seres humanos ante la naturaleza, porque se encontraron a sí mismos como capaces de dictar su ley a un mundo que se rendía a su casi total apropiación y su dominación. Finalmente, también se vieron alteradas las relaciones entre los nacientes estados nacionales, porque por un lado sus añejas rivalidades encontraron nuevas razones comerciales o coloniales y por el otro porque sus antagonismos adquirieron una escala planetaria. De modo natural, tales transformaciones aportaron nuevos problemas y, con éstos, nuevos saberes. El ser humano en su acción individual y colectiva se había convertido en un enigma, en un problema. Por comodidad esos nuevos saberes pueden ser agrupados bajo el título genérico de “ciencias humanas”. Todas estas ciencias, producto de la modernidad, se han propuesto dar cuenta de los procesos que alteraron las formas de vida: La economía política, por ejemplo, intentó hacer visible la estructura interna de la producción y el intercambio de mercancías; los procesos de modernización y el despliegue del capitalismo fueron el objeto de la sociología; las formas de representación y el equilibrio entre los poderes sociales se convirtieron en el tema de la ciencia política. Simultáneamente, las ciencias humanas han debido crear conceptos destinados a explicar los procesos que alteraron las formas de pensamiento que necesariamente acompañan a dichos procesos objetivos: así, se ha propuesto comprender a la modernidad como el despliegue paulatino de una nueva forma de racionalización, como lo hizo Durkheim; o bien entenderla como un proceso por el cual se produce un desencantamiento del mundo, tal como lo hizo M. Weber; en algunos casos, se han examinado formas específicas de racionalidad capitalista, como lo hizo G. Simmel a propósito de la circulación del dinero. Lo anterior se explica porque la modernidad traía consigo una trama compleja de ideales, conceptos y prácticas que incluía la libertad individual, la democracia, la libertad de expresión, un concepto amplio de tolerancia, la igualdad racial y de género, la libertad en el proyecto de vida personal, una amplia secularización en todas las instituciones jurídicas, la separación de la Iglesia de la educación colectiva y una moralidad individual y política basada en la equidad y el juicio propio. Uno de estos principios fundamentales es la igualdad y la libertad como esencia de todos y cada uno de los individuos, bajo la convicción de que existe una razón compartida que les permite orientar sus motivaciones y sus deseos singulares. La unidad esencial de los seres humanos bajo el dominio de la razón era algo que no se escuchaba desde el tiempo de los estoicos. Debido a ello, la razón debía proveer de sólidas bases argumentativas a estos nuevos principios en los que en adelante descansarían la autoridad, la legitimidad y las creencias. Occidente se embarcó entonces en un universo espiritual totalmente distinto al que dibujaba la teología confesional y un aristotelismo escolástico. Puesto que la razón era la protagonista, la filosofía tuvo desde el inicio un papel preponderante en esta transformación. Corresponde a Descartes el honor de ser la primera gran figura en la reevaluación de los poderes de la razón humana llamada la ‘nueva filosofía’. Pero probablemente corresponde a su admirador y crítico, B. Spinoza el lugar más alto en esta dignificación humana. Es en la obra de Spinoza, realizada fuera del ámbito académico, difundida muchas veces por canales clandestinos, donde se revierten enteramente por vez primera las leyes del entendimiento, los principios de la vida pública, el lugar de individuo en la sociedad y la argumentación acerca de Dios. Spinoza es la figura más notable de la primera modernidad porque muestra el desafío radical a toda autoridad e idea establecida acerca de la re velación, la Iglesia, la autoridad política y la moral cristiana. Sus tesis no fueron siempre comprendidas del todo, pero aún así,...