E-Book, Spanisch, 416 Seiten
Reihe: Ensayo
Solms El mantial oculto
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-128388-4-8
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 416 Seiten
Reihe: Ensayo
ISBN: 978-84-128388-4-8
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Lüderitz (Namibia) 1961. Psicoanalista y neuropsicólogo sudafricano, conocido por su descubrimiento de los mecanismos cerebrales del sueño y su uso de métodos psicoanalíticos en la neurociencia contemporánea. Ocupa la cátedra de Neuropsicología en la Universidad de Ciudad del Cabo y el Hospital Groote Schuur y es presidente de la Asociación Psicoanalítica Sudafricana. También es presidente de investigación de la Asociación Psicoanalítica Internacional desde 2013. Fundó la Sociedad Internacional de Neuropsicoanálisis en 2000 y fue editor fundador de la revista Neuropsychoanalysis. Es director del Centro Arnold Pfeffer de Neuropsicoanálisis del Instituto Psicoanalítico de Nueva York, director de la Fundación de Neuropsicoanálisis de Nueva York, fideicomisario del Fondo de Neuropsicoanálisis de Londres, director del Neuropsychoanalysis Trust de Ciudad del Cabo y fideicomisario del Loudoun Trust. Solms ha recibido numerosos premios, entre los que destacan el de miembro honorario de la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York en 1998, el del Colegio Americano de Psicoanalistas en 2004 y el del Colegio Americano de Psiquiatras en 2015. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas como Cortex, Neuropsychologia, Trends in Cognitive Sciences y Behavioral and Brain Sciences, y aparece con frecuencia en revistas de interés general, como Scientific American. Solms ha publicado más de doscientos cincuenta artículos y capítulos de libros, y seis libros.
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Introducción
Cuando era pequeño, se me ocurrió una pregunta un tanto especial: ¿cómo imaginamos el mundo tal como existía antes de que evolucionara la conciencia? Porque ese mundo existía, por supuesto, pero ¿cómo imaginarlo tal como era antes de que fuera posible imaginar algo?
Para que se hagan una idea de lo que quiero decir, intenten imaginar un mundo en el que no puede salir el sol. La Tierra siempre ha girado alrededor del Sol, pero el sol solo aparece en el horizonte desde el punto de vista de un observador. Es un acontecimiento inherentemente perspectivo. El amanecer estará atrapado para siempre en la experiencia.
Esta obligación de adoptar una perspectiva es lo que hace que nos cueste tanto comprender la conciencia. Para ello tenemos que eludir la subjetividad: mirarla desde fuera, ver las cosas como son en verdad en lugar de como se nos aparecen. Pero ¿cómo lograrlo? ¿Cómo escapar de nosotros mismos?
De joven visualizaba ingenuamente mi conciencia como una burbuja que me rodeaba: contenía los sonidos, las imágenes en movimiento y otros fenómenos de la experiencia. Fuera de la burbuja, suponía que había una negrura infinita, una negrura que imaginaba como una sinfonía de —entre otras cosas— cantidades puras, fuerzas y energías que interactuaban entre sí, etc.: la realidad auténtica de «ahí fuera» que mi conciencia representa en las formas cualitativas en las que debe hacerlo.
La imposibilidad de imaginar algo así —la imposibilidad de representar la realidad sin representaciones— ilustra la magnitud de la tarea que me impongo con este libro. Tras todos estos años, levanto otra vez el velo de la conciencia para averiguar qué vislumbro sobre su mecanismo real.
En consecuencia, el libro que tienen entre las manos es inevitablemente perspectivista. De hecho, lo es incluso más de lo que requiere la paradoja que acabo de describir. Para ayudarles a ver las cosas desde mi punto de vista, he decidido contar parte de mi propia historia. Con frecuencia, mis ideas científicas sobre la conciencia han avanzado a partir de acontecimientos de mi vida personal y mi trabajo clínico, y aunque creo que mis conclusiones se sostienen por sí solas, es mucho más fácil entenderlas si se sabe cómo he llegado a ellas. Algunos de mis descubrimientos —por ejemplo, los mecanismos cerebrales de los sueños— se han producido en gran medida por casualidad. Algunas de mis decisiones profesionales —por ejemplo, tomar un desvío de mi carrera de neurocientífico y formarme como psicoanalista— han dado mejores frutos de los que me hubiera atrevido a esperar. Veremos lo que pasó en ambos casos.
Sin embargo, no puedo hablar del éxito de mi misión para comprender la conciencia sin señalar lo afortunado que he sido de contar con los colaboradores más brillantes. En concreto, tuve la inmensa suerte de poder trabajar con el difunto Jaak Panksepp, un neurocientífico que entendió mejor que ningún otro el origen y el poder de los sentimientos. Sus ideas conforman casi todas mis creencias actuales sobre el cerebro.
En tiempos más recientes he podido trabajar con Karl Friston, quien, entre sus muchas excelentes virtudes, puede presumir de ser el neurocientífico vivo más influyente del mundo. Fue Friston quien estableció los primeros cimientos de la teoría que voy a exponer. Se lo conoce sobre todo por reducir las funciones cerebrales (de todo tipo) a una necesidad física básica consistente en minimizar algo llamado «energía libre». Ese concepto se explica en el capítulo 7, pero, por ahora, puedo adelantar que la teoría que Friston y yo hemos desarrollado se une a ese proyecto; tanto que podríamos llamarla la «teoría de la energía libre de la conciencia». Porque de eso se trata.
La explicación definitiva de la sintiencia es un enigma tan complicado de resolver que hoy día es conocido reverencialmente como «el problema difícil». A veces, cuando se ha resuelto un enigma, tanto la pregunta como la respuesta pierden su interés. Dejo a los lectores decidir si las ideas que expondré aquí arrojan nueva luz sobre el problema difícil. En cualquier caso, confío en que nos ayudarán a vernos a nosotros mismos bajo una nueva luz, y solo por eso deberían ya conservar su interés hasta el momento en que sean sustituidas. A fin de cuentas, en un sentido profundo, todos somos nuestra conciencia. Parece, pues, razonable esperar que una teoría de la conciencia explique los fundamentos de la razón por la cual nos sentimos como nos sentimos. Debería explicar por qué somos como somos. Tal vez incluso debería aclarar qué podemos hacer al respecto.
Reconozco que este último tema queda fuera del alcance previsto para este libro, pero no del alcance de la teoría. Mi relato de la conciencia aúna en una sola historia la física elemental de la vida, los avances más recientes tanto de la neurociencia computacional como de la afectiva y las sutilezas de la experiencia subjetiva que tradicionalmente ha explorado el psicoanálisis. Dicho de otra forma, la luz que arroja esta teoría debería poder iluminarnos a todos.
Ha sido el trabajo de mi vida. Décadas después, sigo preguntándome cómo se vería el mundo antes de que hubiera nadie para verlo. Ahora, más instruido, imagino el origen de la vida en una de esas fuentes hidrotermales. Seguramente, los organismos unicelulares que empezaron a existir allí no serían conscientes, pero sus perspectivas de supervivencia debieron de verse afectadas por lo que los rodeaba. Es fácil imaginar aquellos organismos sencillos respondiendo a la «bondad» biológica de la energía del sol. A partir de ahí, basta con dar un pequeño paso para imaginar seres más complejos buscando de forma activa suministros de energía y desarrollando al final una capacidad de sopesar las posibilidades de éxito de distintas alternativas.
La conciencia, a mi entender, surgió de la experiencia de aquellos organismos. Imaginen el calor del día y el frío de la noche desde la perspectiva de aquellos primeros seres vivos. Los valores fisiológicos que registraron sus experiencias diurnas fueron los precursores del primer amanecer.
Muchos filósofos y científicos siguen creyendo que la sintiencia no tiene utilidad física alguna. Mi objetivo con este libro es persuadir a los lectores de la verosimilitud de otra interpretación, y para ello tengo que convencerles de que los sentimientos forman parte de la naturaleza, que no son en esencia distintos de otros fenómenos naturales y que tienen un papel dentro de la matriz causal de las cosas. Demostraré que la conciencia tiene que ver con los sentimientos, y que los sentimientos tienen que ver a su vez con lo bien o lo mal que nos va en la vida. La conciencia existe para ayudarnos a que nos vaya mejor.
Dicen que el problema difícil de la conciencia es el enigma más grande sin resolver de la neurociencia contemporánea, cuando no de toda la ciencia. La solución propuesta en este libro se aparta radicalmente de los abordajes convencionales. Dado que la inteligencia reside en la corteza cerebral, casi todo el mundo piensa que también es allí donde reside la conciencia, pero yo no estoy de acuerdo; la conciencia es mucho más primitiva: surge de una parte del encéfalo que los humanos comparten con los peces. Ese es el «manantial oculto» del título.
La conciencia no debería confundirse con la inteligencia. Es perfectamente posible sentir dolor sin la menor reflexión sobre qué es el dolor. De la misma manera, las ganas de comer —la sensación de hambre— no implican comprensión intelectual de las exigencias de la vida. La conciencia en su forma elemental, es decir, el sentimiento puro, es una función que sorprende por su sencillez.
Este enfoque lo han adoptado otros tres destacados neurocientíficos: Jaak Panksepp, Antonio Damasio y Björn Merker. Panksepp abrió el camino. Él (como Merker) investigaba con animales; Damasio (como yo), no. A muchos lectores les horrorizarán los hallazgos de la investigación con animales que expongo en el libro, precisamente porque demuestran que otros animales sienten igual que nosotros. Todos los mamíferos pueden sentir dolor, miedo, pánico, tristeza… Por irónico que parezca, fue la investigación de Panksepp la que acabó con cualquier duda razonable al respecto. Nuestro único consuelo es que sus descubrimientos frenaron ese tipo de investigaciones.
Mi atracción por Panksepp, Damasio y Merker se debe a su creencia, que comparto, de que a la neurociencia actual le falta un enfoque claro de la naturaleza intrínseca de la experiencia vivida. Se podría decir que lo que nos une es lo que hemos construido, a veces sin saberlo, sobre los cimientos abandonados que dejó Freud para una ciencia de la mente que priorice los sentimientos sobre la cognición. (La cognición es en su mayor parte inconsciente). Este es el segundo desvío radical de este libro: nos devuelve al «Proyecto» de Freud de 1895… e intenta acabar el trabajo, aunque sin pasar por alto sus muchos errores. Para empezar, Freud creía, como todos los demás, que la conciencia era una función cortical.
El tercer gran desvío que toma este libro es llegar a la conclusión de que la conciencia...