E-Book, Spanisch, Band 20, 528 Seiten
Reihe: Fragmentos
Tamayo Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-10188-89-1
Verlag: Fragmenta Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
E-Book, Spanisch, Band 20, 528 Seiten
Reihe: Fragmentos
ISBN: 978-84-10188-89-1
Verlag: Fragmenta Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Los intelectuales no se instalan cómodamente en la realidad tal como es. Se preguntan cómo debe ser y buscan su transformación. Desestabilizan el orden establecido, despiertan las conciencias adormecidas y revolucionan las mentes instaladas. Este libro ofrece cincuenta perfiles de hombres y mujeres que responden a la idea del intelectual crítico: Ernst Bloch, María Zambrano, Karl Rahner, Hannah Arendt, Dietrich Bonhoeffer, Simone de Beauvoir, Simone Weil, José Luis L. Aranguren, Leonidas Proaño, José M.ª Díez-Alegría, Albert Camus, Edward Schillebeeckx, Enrique Miret Magdalena, Óscar Romero, José M.ª González Ruiz, Raimon Panikkar, José Saramago, Samuel Ruiz, Geza Vermes, Tissa Balasuriya, Ernesto Cardenal, José Gómez Caffarena, Giulio Girardi, Casiano Floristán, Carlo M. Martini, Hans Küng, Gustavo Gutiérrez, Pere Casaldàliga, Dorothee Sölle, Ignacio Ellacuría, Rosario Bofill, Federico Mayor Zaragoza, Julio Lois, Elisabeth Schüssler Fiorenza, Leonardo Boff, Jon Sobrino, Asghar Ali Engineer, Paul Knitter, Fátima Mernissi, Eugen Drewermann, Boaventura de Sousa Santos, Elisabeth A. Johnson, Francisco Fernández Buey, Ada María Isasi-Díaz, Nasr Hamid Abu Zayd, Mansur Escudero, Lavinia Byrne, Shirin Ebadi, Elsa Tamez y Amina Wadud. El resultado de este recorrido es una biografía religiosa colectiva del siglo xx que se caracteriza por la propuesta de una teoría crítica de la sociedad y de la religión en clave liberadora.
Juan José Tamayo (Amusco, Palencia, 1946) es doctor en teología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid. Es emérito honorífico de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones «Ignacio Ellacuría» en la Universidad Carlos III de Madrid. Es, asimismo, secretario general de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, miembro de la Sociedad Española de Ciencias de las Religiones y del Comité Internacional del Foro Mundial de Teología y Liberación y profesor honorífico de la Universidad Internacional de Andalucía. Colabora en algunas de las principales revistas latinoamericanas y europeas de teología, ciencias sociales y ciencias de las religiones, así como en el diario El País, El Periódico de Cataluña y El Correo. Conferenciante internacional y profesor invitado en numerosas universidades de España, Europa, América Latina, Estados Unidos y África, es uno de los teólogos españoles con mayor reconocimiento a nivel internacional en el análisis sobre el fenómeno religioso desde una perspectiva crítica y uno de los intelectuales con mayor presencia pública en los medios de comunicación. Ha publicado más de sesenta obras, muchas de ellas traducidas a varios idiomas. En Fragmenta ha publicado Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica (2013) y La compasión en un mundo injusto (2021).
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1 ERNST BLOCH 1885-1977 UTOPÍA Y ESPERANZA EN LA OSCURIDAD DEL PRESENTE
La antiutopía del muro de Berlín
CORRÍA EL MES de noviembre de 1989. Por entonces estaba yo dando los últimos retoques a mi tesis doctoral sobre el filósofo de la esperanza, Ernst Bloch, mientras los medios de comunicación difundían la noticia de la caída del muro de Berlín, que no tardaría en desencadenar la caída del socialismo real, vigente en la Europa del Este durante varios decenios que se hicieron interminables por su monotonía y falta de libertad. Enseguida me vino a la mente la experiencia por la que Bloch tuvo que pasar veintiocho años antes, cuando se construyó el muro. Sucedió durante el verano de 1961. Desde 1949, el filósofo vivía en la República Democrática Alemana. Al principio contó con un reconocimiento generalizado entre las autoridades del país. Los estudiantes lo escuchaban y leían entre atónitos y embelesados, porque rompía los rígidos esquemas del marxismo ortodoxo y aportaba frescura y calidez al viejo modelo político y filosófico del Este europeo. Pero pronto cayó en desgracia precisamente por su interpretación abierta y utópica del marxismo. En la medida en que crecía su prestigio entre los estudiantes de Leipzig y en los sectores críticos del sistema y alternativos de Europa occidental, lo hacía también el cerco al que le sometían los poderes políticos y el aparato del Partido Comunista. En 1961 se construyó el muro de Berlín. La noticia sorprendió a Bloch fuera de la República Democrática Alemana. Aquel verano se encontraba en la República Federal de Alemania, donde dictaba unas conferencias. El muro era el símbolo más grueso de la división de los alemanes y europeos, y la expresión más siniestra de un largo túnel por recorrer en medio de la oscuridad. La respuesta de Bloch a tamaña manifestación de irracionalidad no se hizo esperar. Escribió al presidente de la Academia de las Ciencias de Leipzig, de la que era miembro, comunicándole su decisión de no volver a la República Democrática Alemana, donde había vivido los últimos doce años, y el propósito de fijar su residencia en la República Federal de Alemania. ¿Puede frustrarse la esperanza?
En noviembre de ese mismo año pronunció en el Auditorium Maximum de la Universidad de Tubinga una conferencia con el título «¿Puede frustrarse la esperanza?». La pregunta no podía ser más pertinente, habida cuenta de que su tenaz e insobornable ideal de socialismo y libertad amenazaba con terminar en un rotundo fracaso. Para sorpresa de quienes lo escuchaban, su respuesta no fue la del pesimista desencantado de todo, pero tampoco la del optimista ingenuo. «Efectivamente —responde— también la esperanza fundada puede quedar defraudada, y ello para honor suyo; de lo contrario, no sería esperanza, sino confianza. La esperanza no puede confundirse con seguridad alguna; contiene en sí lo precario de la frustración. Pero —continúa— la frustración no tiene por qué tornarse vencedora en la prueba. La esperanza fundada puede recuperarse, reponerse de sus fracasos; ahí radica su grandeza.» La longeva vida de Bloch —falleció a los noventa y dos años— y su extensa obra —dieciocho volúmenes de apretado texto— son la prueba más irrefutable de la pregunta y de la respuesta precedentes. Ellas son la mejor ejemplificación de su incansable éxodo hacia la tierra prometida en busca de la patria de la libertad, sin darse un instante de descanso: primero por diferentes ciudades de Europa, después por Estados Unidos, y, finalmente, de Alemania a Alemania. Ese éxodo le hace ver las dificultades del camino, pero sin renunciar a la meta ni alejarse de ella, ya que en ella tiene puesta siempre su vista. La esperanza de Bloch parece condenada a estar siempre de luto, pero sin ceder al fatalismo de la muerte ni rendirse a la tozudez y opacidad de los hechos. La esperanza enlutada es, a la vez, portadora de luz y de sentido. En medio de la «oscuridad del instante vivido», Bloch rehabilita la imaginación creadora y recupera la utopía de las fauces de las ortodoxias políticas, filosóficas y religiosas, pero no por la vía de las proclamaciones solemnes de ideales abstractos, sino de la utopía concreta. Bloch hubiera aplaudido en 1989 la caída del muro de Berlín porque, aunque con veintiocho años de retraso, confirmaba lo acertado de su decisión de no volver a la República Democrática Alemana. Hubiera sido como sentirse rehabilitado de tanta vejación como tuvo que sufrir. Su marxismo humanista no entendía de proyectos humanos contrarios a la libertad. Su carta al presidente de la Academia de las Ciencias era profética y terminaba por dar sus frutos. Pero seguro que no hubiera dado su pláceme al triunfo de un capitalismo sin correctivo social alguno en la Europa del Este. Tras la caída del muro hubiera seguido hablando del binomio irrenunciable democracia y socialismo, y de la tríada libertad, igualdad y diferencia. Cinco años después de aquel evento le oiríamos perorar hoy, conforme al género literario de la denuncia profética, contra la «idolatría del mercado». El ser humano, guardagujas de la utopía
La larga e intensa vida itinerante del filósofo alemán Ernst Bloch por los continentes europeo (Alemania, Suiza, Alemania, República Democrática Alemana, República Federal Alemana) y americano (Estados Unidos, México) y su extensa obra, centrada toda ella en la esperanza y la utopía, reflejan certeramente el principal cometido de su actividad intelectual: la rehabilitación de la imaginación creadora, la recuperación del horizonte utópico en el pensamiento filosófico y el descubrimiento del futuro como núcleo fundamental de la religión, sobre todo, del judaísmo y del cristianismo jesuánico. Biografía y filosofía caminan en Bloch a la par, en una fecunda complicidad siempre crítica y autocrítica, transgresora de fronteras, de todas las fronteras: las disciplinares, a través de un permanente ejercicio de interdisciplinariedad; las políticas, a través de compromisos no siempre justificables; las ideológicas, a través de opciones no fácilmente sometidas a las tipologías del momento. Biografía y filosofía en constante e infatigable éxodo hacia la tierra prometida, en busca de la patria, del reino de la libertad, de la u-topía, del no-lugar. Un éxodo tan largo como el de los hebreos tras la salida de Egipto y con tantas penalidades como las que ellos padecieron, pero sin añorar las «cebollas de Egipto» y sin miedo a la libertad. Un éxodo en la «oscuridad del instante vivido», pero con esperanza y la mirada puesta en la meta, en la utopía. La esperanza constituye, para nuestro filósofo, el impulso de la utopía concreta y la determinación fundamental de la realidad. «Espera, esperanza, intención hacia una posibilidad que todavía no ha llegado a ser —asevera Bloch al comienzo de El principio esperanza—: no se trata solo de un rasgo fundamental de la conciencia humana, sino ajustado y aprehendido concretamente, de una determinación fundamental de la realidad objetiva en su totalidad.» La esperanza no es cuestión de carácter o de estado de ánimo, más eufórico en unas personas y más apagado en otras. Es un principio presente en el proceso del mundo y en la historia humana desde siempre y desde la profundidad, aunque oculto y no desplegado en toda su riqueza y densidad. Es un principio capaz de mover el mundo. Pero necesita de un guardagujas que guíe el mundo hacia su liberación. Y ese guardagujas no puede ser otro que el ser humano, animal utópico y ser en esperanza. La esperanza no es un instinto ciego, sino de ojos abiertos; ni pasivo o perezoso, sino que se orienta a la acción (praxis, compromiso); ni irracional, sino conducido por la razón. Así se torna razón utópica capaz de orientar la acción humana. La Biblia, cuna de la esperanza
Corresponde a Bloch el mérito de haber formulado y sistematizado el principio esperanza. Pero su origen y su base están en la religión judeocristiana, como reconoce el propio filósofo de la esperanza, de origen judío, quien se inspira en la Biblia, la que considera cuna de la esperanza y punto de partida de la existencia humana entendida como historia. La esperanza es el hilo conductor de la religión judeocristiana. Con ella se abre la Biblia, cuando el ser humano es presentado como «imagen de Dios» y cocreador, y cuando la primera pareja humana aspira a ser ella misma comiendo del árbol prohibido. Continúa con los patriarcas que caminan entre avatares mil con la mirada puesta en el futuro, donde encontrarán lo prometido. El acontecimiento fundador de la esperanza hebrea e incluso del nacimiento del pueblo es el éxodo, tan presente en la ulterior historia de Israel y tan movilizador de energías utópicas en momentos de depresión colectiva. Estamos ante el núcleo de la religión hebrea, que se convierte en paradigma de las ulteriores liberaciones históricas. El Éxodo demuestra de manera fehaciente que todo fatalismo puede ser vencido, que la liberación es posible y que, en definitiva, la experiencia religiosa no tiene por qué ser alienante y opresora, sino que puede desplegar lo mejor del ser humano al servicio de la liberación. Más aún, en la religión de la esperanza se esconde un rico potencial simbólico del que suelen apropiarse los señores de la religión y de la política —sumos sacerdotes y...