Zach / Bauer | Morbus Dei: La llegada | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 1, 296 Seiten

Reihe: Morbus Dei (Español)

Zach / Bauer Morbus Dei: La llegada

Novela

E-Book, Spanisch, Band 1, 296 Seiten

Reihe: Morbus Dei (Español)

ISBN: 978-3-7099-3710-5
Verlag: Haymon Verlag
Format: EPUB
Kopierschutz: Wasserzeichen (»Systemvoraussetzungen)



Una mezcla muy lograda de novela histórica y de intriga.

Un libro al estilo de una buena película: Matthias Bauer y Bastian Zach narran una historia llena de intriga, drama y emociones, ambientada en un mundo cargado de superstición, amenazas y miedo.

Tirol, año 1703:
Un solitario pueblo de montaña en el corazón de los Alpes.
Frío, tenebroso, siniestro.
Ocurren cosas inexplicables.
Sus habitantes viven aterrorizados.

Sorprendido por una tormenta de nieve, el desertor Johann List va a parar a ese pueblo aislado de montaña, del que se han adueñado el miedo y la superstición. Muy pronto comprende que allí ocurren cosas extrañas y que una lúgubre sombra se proyecta sobre sus habitantes. Aparecen animales muertos, algunas personas desparecen y unos encapuchados acechan en los bosques sombríos. Johann se enamora de la hija de un campesino y decide abandonar el pueblo con ella. Sin embargo, la situación se agrava antes de que lo consigan y se inicia una lucha a vida o muerte…

Los autores narran de manera vívida y cruda una historia llena de dramatismo y emociones.

Matthias Bauer y Bastian Zach crean en este libro una atmósfera de suspense extraordinaria y consiguen transportar a los lectores a otra época, a un pasado de hace más de trescientos años.

Volumen I de la trilogía de intriga Morbus Dei

Opiniones de los lectores:
"La historia engancha desde el principio y no puedes dejarla hasta llegar al final."
"Una novela cargada de intriga, muy bien ambientada y envolvente: leerla es un placer."
"Es tan buena y emocionante que ya he comprado los dos siguientes volúmenes de la trilogía Morbus Dei."
"Una historia perfecta para un fan de la novela histórica y de intriga."
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Morbus
  IX —¡Arriba! ¡Es hora de levantarse! Johann notó que lo zarandeaban y abrió los ojos. Era Albin, con un candil en la mano y una amplia sonrisa en los labios. —No sé si los herreros pueden quedarse en la cama hasta la hora de la merienda, pero aquí no está permitido. Tenemos que ir al establo. Johann se quitó la frazada de encima. Hacía mucho frío en el cuarto y, al coger la ropa para vestirse, notó que estaba helada. Al ponerse la camisa y los pantalones, sintió un escalofrío. Luego se echó encima el abrigo de cuero rígido y fue tras Albin, que ya había salido. Se dirigieron al establo, que estaba detrás de la casa, caminando pesadamente por la nieve. Su aliento se transformaba en vaho en el aire gélido. Albin levantó los ojos al cielo. Amanecía por detrás de las cumbres de las montañas. —Hoy volverá a nevar. No me parece mal —dijo Albin. Johann se daba palmaditas en los brazos para entrar en calor. —Si nieva no hará tanto frío. Albin sonrió burlón. —Aquí siempre hace frío. Llegaron al establo, un sólido edificio de piedra y madera, con minúsculas ventanas cegadas con tablones clavados por dentro. —Parece una fortaleza en vez de un establo —comentó Johann. —Así evitamos que salgan las moscas —bromeó Albin. Las bromas son a menudo el último refugio para esconder la verdad. Johann no insistió. En el establo olía a ganado, a paja y a excrementos, pero al menos se estaba más caliente que en el exterior. Johann reconoció a Sophie bajo la luz mortecina. Ordeñaba una vaca y tenía delante tres gatitos en fila que alargaban el cuello con ansia hacia ella. Sophie le guiñó un ojo a Johann, dobló ligeramente una tetilla de la ubre y les echó a los mininos un chorro de leche apuntando a la boca, que los tres tenían muy abierta. Después de la ducha de leche, los gatos empezaron a relamerse entre ronroneos. —¡Les encanta! —exclamó entusiasmada Sophie, y lo saludó con la mano. Cuando Johann le devolvió el saludo, Albin le puso una pala en la mano. —A trabajar. Hay que sacar el estiércol… Johann se acercó a Sophie, que había terminado con una de las vacas y movía el taburete hacia la siguiente. Y la siguió con el cubo de madera, que estaba medio lleno de leche caliente de la que salía vaho. —A mí también me encanta —dijo la criada, hablando en doble sentido y sonriendo con picardía. Johann conocía a ese tipo de mujeres. Tenían buen corazón y no daban complicaciones, pero intuyó que con ella se quemaría los dedos. Por eso le contestó con una sonrisa esquiva, como si no hubiera entendido la indirecta, y le dio unas palmadas a la res que tenía delante. Sophie le acarició cariñosamente el lomo a la vaca. Era blanca con manchas negras. —Se llama Stanzerl. Es mi preferida. Y la que da más leche. —No sólo leche —dijo Johann, hundiendo la pala en los excrementos. Los cargó en una carretilla de madera y, una vez llena, la sacó fuera cruzando la puerta baja del establo y la vació en un gran estercolero que había detrás. Sólo había hecho un viaje y ya tenía la frente empapada en un sudor frío. Y con cada carga se sentía más débil. Karrer no mantendrá a un mozo débil. ¡Espabila! Después del tercer viaje empezó a notar punzadas en el costado. Respiró hondo y trató de no pensar en el dolor. No lo consiguió. Albin le quitó la pala de las manos. —Da de comer a los cerdos y luego descansa. Pronto será la hora del desayuno. Johann asintió, agradecido. —¿Qué? ¿Sirve para algo? Jakob Karrer estaba sentado a la imponente mesa del comedor, justo debajo del gran crucifijo que presidía la sala. Albin y Johann también se sentaron. —Trabaja bien. Ha sacado todo el estiércol él solo —mintió Albin. Johann le agradeció la mentira. En realidad, Albin y Sophie habían hecho casi todo el trabajo, porque él aún se sentía muy débil. —Bueno, pues hoy te has ganado el rancho, «herrero». Karrer remarcó la última palabra de un modo que casi la hizo parecer un insulto. Johann lo miró a la cara, pero se mordió la lengua. Prefirió echar un vistazo a la estancia. Vio una gran estufa de obra con un banco y se fijó en que el techo de madera estaba decorado con motivos religiosos. Las pinturas se habían descolorido con el paso del tiempo, pero aún se distinguían. La intensidad de los colores demostraba que habían empezado a pintarlas por el rincón donde estaba el crucifijo y, luego, habían ido agregando dibujos invierno a invierno hasta cubrir el techo entero. Le pareció que también habían incorporado algunas máximas, probablemente proverbios de la Biblia. —Bonitas pinturas. ¿Obra vuestra, señor? —preguntó. —De mi padre —gruñó Karrer con menosprecio. Se abrió la puerta a sus espaldas. Sophie entró con un gran puchero de barro que humeaba. Lo puso en el centro de la mesa, en la que ya había unos cuencos de madera, y se sentó. Luego entró una muchacha con una gran hogaza de pan crujiente en las manos. —Siéntate de una vez, Elisabeth, ¡no tenemos todo el día! —la increpó Karrer. Johann no podía dejar de mirarla. Elisabeth. Había encontrado a su ángel. Elisabeth se sentó apresuradamente al lado de Sophie. —Dios te salve, María… —Karrer entonó la oración y todos se sumaron, musitando. —Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús… Johann miró disimuladamente a Elisabeth, que rezaba con fervor. Una cabellera voluminosa y oscura, ojos de un profundo azul, tez pálida llena de pecas, y esbelta y bien proporcionada. —Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores… Sin embargo, no era únicamente su belleza lo que le atrajo… Elisabeth irradiaba una determinación que nadie habría esperado de la hija de un campesino tan severo como Karrer. —… ahora y en la hora de nuestra muerte, amén. Un carraspeo lo arrancó de sus pensamientos. Vio que Karrer lo miraba fijamente. —¿Terminas, herrero? Johann murmuró rápidamente «amén». Karrer volvió a agachar la cabeza. —Santa María, Madre de Dios, líbranos de todo mal y protégenos de «ellos». Amén. Todos se unieron al «amén». Johann no conocía la última frase que habían añadido al Ave María. En cualquier caso, no pertenecía a esa oración. Elisabeth sirvió la sopa caliente en los platos y los repartió. Naturalmente, como era costumbre, el primero fue para su padre. Karrer metió la cuchara de madera en la consistente sopa y empezó a comer. Después lo hicieron los demás. Al acabar de desayunar, Karrer soltó un sonoro eructo, se reclinó en el asiento y miró apáticamente a Johann. —¿Te ha gustado el desayuno? —Sí… Y os lo agradezco —contestó. Titubeó un momento y prosiguió—: También que me hayáis acogido en vuestra casa. Karrer se mostró condescendiente. —No puedo dejarte morir en la calle. En fin… Ahora tengo una boca más que alimentar. Pero te largarás en cuanto llegue la primavera. —Sois muy generoso —dijo Johann con voz tranquila. Karrer lo miró con desconfianza, no parecía muy seguro de cómo debía interpretar el comentario. Luego se volvió hacia Albin. —Después vais a arreglar el silo. Albin lo miró con asombro. —¿Otra vez? Pero si… Karrer dio un violento manotazo en la mesa. —¡Cierra el pico y haz lo que te digo! Albin asintió rápidamente, miró a Johann y se levantó. —Será mejor que vayamos ahora mismo. Se santiguó, Johann lo imitó y ambos salieron del comedor. Elisabeth y Sophie recogieron la mesa y también se fueron. Jakob Karrer se quedó solo. Preparó una pipa y la encendió con una astilla en ascuas que cogió de la chimenea. Luego se levantó y miró por la pequeña ventana que daba a la parte trasera de la finca. A través del vidrio vio las siluetas borrosas de Albin y Johann acercándose al silo. Quizá la vieja Salzmüller tenía razón. Quizá había cometido un error al ser tan benevolente con su hija y haber acogido al herrero. Evidentemente, el mozo le reportaría más de lo que él le daría, eso lo tenía claro. Pero, de todos modos, era un elemento perturbador. Dio una profunda calada y...


Bastian Zach
Bastian Zach (Leoben, 1973): diseñador gráfico, director de montaje y sincronización desde 2007.
Bastian Zach y Matthias Bauer han escrito guiones y novelas a cuatro manos. La editorial HAYMONtb publicó su primera novela, Morbus Dei: La llegada, en el año 2010. Dos años después, en 2012, publicó Morbus Dei: Inferno.

Matthias Bauer
Matthias Bauer (Lienz, 1973): estudió Historia y Etnografía; ha trabajado en el mundo editorial, organizando exposiciones y también en formación de adultos.

Bastian Zach y Matthias Bauer han escrito guiones y novelas a cuatro manos. HAYMONtb publicó su primera novela, Morbus Dei: La llegada, en 2010. Dos años después, en 2012, publicó Morbus Dei: Infierno.


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