Autiero / Mannion / Azcuy | La Iglesia del futuro | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 160 Seiten

Reihe: Concilium

Autiero / Mannion / Azcuy La Iglesia del futuro

Concilium 377
1. Auflage 2018
ISBN: 978-84-9073-448-3
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Concilium 377

E-Book, Spanisch, 160 Seiten

Reihe: Concilium

ISBN: 978-84-9073-448-3
Verlag: Editorial Verbo Divino
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La Iglesia no puede contentarse con perpetuarse como un sistema rígido, fijado de una manera definitiva. Debe encontrar sin cesar en Aquel que la funda y en conversación con los mundos en los que se halla los medios para renovarse y responder a su tarea de ser sacramento universal de salvación. Una clave que debe atravesar el espíritu y la reforma de la Iglesia para que se ajuste a las llamadas del futuro es la de la escucha que se despliega en acción. Al igual que el del diálogo, este término debe formar parte del vocabulario de la teología y de sus enseñanzas, y ser objeto de trabajos específicos de investigación teológica, pues se trata de nada menos que de la cuestión de la posibilidad de realización de la salvación en la existencia concreta, diaria, de las personas y las comunidades, capaz de transformar las sociedades.
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Christoph Theobald *
LA OSADÍA DE ANTICIPAR EL FUTURO DE LA IGLESIA
Este artículo aborda la cuestión de la figura de la Iglesia del futuro trazando un camino con encrucijadas y esbozando, siguiendo las huellas del Vaticano II, un proceso de conversión eclesial en cuatro etapas que permiten dejar que llegue la Iglesia del mañana cuyo actor principal es el Espíritu Santo. Se resaltan cuatro criterios teológicos: 1) el criterio de «pastoralidad», 2) el criterio de «reforma evangélica», 3) el criterio ecuménico y misionero, y 4) el criterio de los «dones carismáticos y jerárquicos», reestructurado por la experiencia de la escucha sinodal del «sentido de los fieles». Podría sospecharse que la pregunta por la Iglesia del futuro no es sino la expresión de la inquietud de un cierto número de cristianos del «viejo continente», preocupados por el declive rápido de una brillante tradición que fue mayoritaria en otros tiempos. La cuestión se plantea, sin embargo, también en África, en Asia y en las dos Américas, pero de forma muy específica y sin duda diferente a como ocurre en el seno de la cultura mediterránea. Tomar consciencia de esta diversidad lleva a reconocer los límites de nuestra reflexión, geográficamente determinada, pero también a cumplir la exigencia de formular criterios teológicos comunes que permitan esbozar ya una visión del futuro de la Iglesia universal. Lo hacemos siguiendo una hipótesis de Karl Rahner, formulada en 1979 en un estudio que propone «una interpretación teológica fundamental del Concilio Vaticano II»1. La Iglesia solo habría experimentado hasta el presente dos grandes transformaciones en su historia bimilenaria: su entrada en la cultura helenística y europea y el nacimiento aún reciente de un cristianismo mundial. Estos dos cambios no representarían solamente cambios culturales, sino acontecimientos que tocan a la misma Revelación, pues la inculturación del cristianismo consiste en una verdadera recreación (Neuschöpfung). El Vaticano II debería, por tanto, entenderse como el primer concilio de una Iglesia en vías de mundialización. En este sentido, proporciona una criteriología teológica «autorizada» sobre la que se puede anticipar la Iglesia del futuro; con la condición de inspirarse, no obstante, en una lectura prospectiva del acontecimiento y del corpus conciliar, y, sobre todo, de dejarse sorprender por lo que, entre las evoluciones actuales, no entra en las «previsiones» del Vaticano II. Como era de esperar, estas dos condiciones continúan provocando conflictos dentro de la Iglesia a gran escala, que, de no superarse, podrían socavar seriamente la creatividad de las iglesias y la capacidad de imaginar un futuro. Para dar cuenta de estas dificultades y conflictos, intentaré señalar aquí cuatro intersecciones o alternativas en las que están en juego las decisiones de fondo sobre el futuro, dirigiéndome desde lo más global y común hacia lo más concreto y particular2. I. La tradición cristiana y eclesial como fenómeno histórico y cultural
Puede afirmarse sin ambages: el Vaticano II es el primer concilio que tuvo en cuenta la historicidad y la contextualización cultural de la tradición cristiana y eclesial. No sin dificultades evidentemente, como lo demostraron los debates conciliares, las evoluciones que se produjeron hasta su último período (1965) y los problemas de su recepción que han llegado hasta nosotros. Recordemos algunos elementos: Dei Verbum supo integrar los datos principales de la exégesis crítica, tal como se practicaba entonces, proponer una hermenéutica de las Escrituras a la altura de la conciencia histórica de la época y sentar las bases de una teología de la tradición cristiana y eclesial que deja espacio a la creatividad actual de sus portadores. Fundándose en «la obligación de escrutar en todo momento los signos de los tiempos y de interpretarlos a la luz del Evangelio» (GS 4), Gaudium et spes comenzó haciendo un diagnóstico preciso del momento presente (ya presupuesto en Lumen gentium) y abordó posteriormente el misterio cristiano en una perspectiva antropológica, según los cánones de la modernidad, no sin criticarla seriamente, llegando a tratar detalladamente diferentes campos de nuestra existencia (matrimonio y familia, cultura, vida económico-social, etc.). Finalmente, fue el decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes el que llegó más lejos al abordar los «grandes territorios socioculturales» y su propia historia» (AG 22). Esta nueva perspectiva se deja denominar por el término «pastoralidad» (introducido por Juan XXIII). Esta supone una relación constitutiva entre la evangelización y sus destinatarios, y consiste en conjugar una hermenéutica del Evangelio y una hermenéutica de las lenguas y las culturas, susceptibles de recibir la Buena Noticia de Cristo. Dos párrafos muestran que este principio de «pastoralidad» no tiene solo una relevancia puntual, sino que concierne al conjunto de la tradición cristiana en su capacidad de adaptarse a sus receptores e interlocutores. Se trata del número 44 de GS y del 22 de AG. El primero llega incluso a formular una ley: «la manera apropiada de predicar la Palabra revelada (accomodata praedicatio) debe ser la ley de toda evangelización (lex omnis evangelizationis)». Se nos presenta aquí una primera encrucijada. En efecto, se multiplican las voces en Europa, pero también en otros continentes, que, denunciando la perversidad de la modernidad o ultramodernidad occidental, su «inmanentismo» y su «individualismo» de principio, no esperan encontrar en nuestras evoluciones culturales un «punto de partida» o una «abertura» para un «anuncio apropiado». Se impone entonces la tendencia a renunciar a la doble hermenéutica del Vaticano II, a «des-absolutizar» el Evangelio de Dios y a identificarlo con la pluralidad de las verdades doctrinales de la tradición, tal como se encuentran reunidas en el Catecismo de la Iglesia Católica y traducidas, en el plano de la existencia creyente, en una liturgia uniformada, y, en el nivel de los funcionamientos eclesiales, en el Código de Derecho Canónico. Es evidente entonces que, en este paradigma, la Iglesia del futuro no puede ser sino la reproducción de la misma Iglesia de los últimos siglos. Ahora bien, las intervenciones y los documentos del papa Francisco, como también el último sínodo romano, han vuelto a situar la «pastoralidad» en el centro del debate eclesial, aportando un principio de clarificación. Esta última se refiere tanto a la relación entre la «doctrina» (en el sentido clásico del término) y la «pastoralidad» como también a la pluralidad histórico-cultural de los destinatarios. En cuanto a la «pastoralidad», esta debe integrar la doctrina, pero también nos exige la tarea hermenéutica de inferir su normatividad, no en sí misma sino en relación con los destinatarios actuales; es lo que hace la exhortación Amoris laetitia con respecto al matrimonio y la familia. En cuanto a la diversidad cultural e histórica de los destinatarios del Evangelio, esta se desarrolla en Evangelii gaudium. Este texto contrapone dos maneras de comprender la contextualidad, el modelo de «la esfera donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros» y el modelo del poliedro que «refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad» (EG 26). Lo que se perfila aquí es un cambio de paradigma: hace desaparecer la ilusión de una equidistancia doctrinal, litúrgica y jurídica entre el centro romano y la pluralidad de contextos, abre el espacio a la imprevisible apertura de la historia y a las temporalidades diversificadas de países y continentes, e invita, en relación con la Iglesia del futuro, a una actitud de desposeimiento más atenta a la acción del Espíritu uno y múltiple de Pentecostés. II. Una visión tripolar del Evangelio de Dios abierta al futuro
En esta primera encrucijada, atravesada por la «pastoralidad» (que no puede darse por sentado), aparece con gran claridad la visión de la Iglesia del futuro que los padres conciliares nos entregaron. Se fundamenta en tres polos: 1) el referente último de la fe cristiana: el Evangelio del Reino de Dios, 2) la situación histórica de la sociedad, que es su espacio de recepción posible, y 3) la actual figura de la Iglesia, puesto que, en efecto, «lo que ella es» y «lo que cree» (DV 8) está totalmente marcado por su entorno sociocultural y ecológico —lo quiera o no, sea consciente o no—. En su correlación recíproca, estos tres polos estructuran la tradición/paradosis, compuesta, por tanto, de un desarrollo histórico de «figuras», siendo la primera de ellas nuestras Escrituras inspiradas; «figura» plural y una a la que corresponde la autoridad principal. La consecuencia de esta estructuración es la exigencia de una «reforma continua». Bajo la forma de una conversión individual, ha estado implicada desde siempre en la recepción del Evangelio de Dios por la fe teologal. En el segundo milenio y sobre todo en el siglo XVI es cuando este principio y la idea de «reforma» de la Iglesia se conectan intrínsecamente, precisamente durante la Reforma y por causa de ella: esta actúa sobre una vertiente crítica y sobre una vertiente positiva; critica las «tradiciones eclesiales» (pero también las sociales) que tergiversan la...



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