E-Book, Spanisch, Band 107, 328 Seiten
Reihe: El Árbol del Paraíso
Bingen / Eschenbach / Cirlot Vida y visiones de Hildegard von Bingen
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-19744-62-3
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, Band 107, 328 Seiten
Reihe: El Árbol del Paraíso
ISBN: 978-84-19744-62-3
Verlag: Siruela
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La Vida de Hildegard von Bingen (1098-1179), escrita por el monje Theoderich von Echternach pocos años después de su muerte, permite una aproximación directa a una de las figuras más fascinantes y multifacéticas del Occidente europeo, ya que contiene pasajes autobiográficos que hablan directamente de su experiencia. Sus escritos sobre las propiedades medicinales de las plantas y las virtudes de las piedras preciosas y los metales manifiestan su capacidad de percepción del mundo del entorno, mientras que sus tres grandes obras proféticas (Liber Scivias, Liber vitae meritorum y Liber divinorum operum) muestran la visión de lo invisible. Impulsadas por una facultad visionaria que la ha hecho célebre, dibujan el perfil de un destino extraordinario: una mujer, escritora y visionaria que ofrece una idea femenina de Dios en pleno siglo XII. Esta edición, revisada y preparada por Victoria Cirlot, reúne, junto con la Vida, las principales miniaturas de sus visiones con sus textos correspondientes, una selección de sus cartas significativas, algunas de sus canciones litúrgicas y un epílogo en el que se aborda la experiencia visionaria y sus posibilidades de comprensión en nuestro mundo al contrastarla con artistas como Max Ernst.
Wolfram Von Eschenbach (Eschenbach, actual Baviera, ca. 1170 - ca. 1220) fue un destacado caballero alemán, reconocido además como uno de los mayores poetas épicos de su tiempo. También fue autor de poesías líricas y dejó inconclusas otras dos epopeyas, Titurel y Willehalm.
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Introducción
Novecientos años nos separan de Hildegard von Bingen y su mundo. Las coronas y las túnicas de seda blanca resplandeciente con que se vestían ella y sus monjas para el rito ya no existen, como tampoco existe Rupertsberg, su monasterio, destruido hace ya siglos. Pero atravesando el muro de los siglos han quedado sus palabras, incluso su sonido, y las imágenes de sus visiones petrificadas en las miniaturas. Hay una miniatura que no me deja desde hace ya cierto tiempo: es ella misma recibiendo en su rostro vuelto hacia el cielo las llamas del Espíritu como garras poderosas en la versión del manuscrito de Wiesbaden (pág. 191), como un río de agua roja en el manuscrito de Lucca (pág. 259). Aunque el miniaturista haya realizado una imagen original en tanto que manifiesta una estrecha relación con el texto y una voluntad clara de ilustrarlo, también es cierto que se inscribe en una tradición iconográfica muy precisa que es aquella que ofreció una imagen visual de Hechos de los Apóstoles 2, es decir, del pasaje referido al día de Pentecostés en que se relata la llegada del Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego «que se repartieron y se posaron en cada uno de ellos», esto es, de los apóstoles y de la Virgen, tal y como puede verse en la miniatura coetánea al manuscrito de Wiesbaden, la del Hunterian Psalter. Así pues, el fenómeno visionario se presenta como un hecho pentecostal, consistiendo la única diferencia entre el suceso bíblico y el que ahora tiene lugar, el hecho de que Hildegard está sentada escribiendo sobre unas tablillas de cera, trasladando en palabras lo que le llega en el fuego divino. Y al contemplar estas dos miniaturas hay que oír las palabras de Hildegard: Sucedió en el año 1141 después de la encarnación de Jesucristo. A la edad de cuarenta y dos años y siete meses, vino del cielo abierto Hunterian Psalter (ca. 1165-1170), Glasgow, University Library, manuscrito Hunter 229, fol. 15v). una luz ígnea que se derramó como una llama en todo mi cerebro, en todo mi corazón y en todo mi pecho. No ardía, solo era caliente, del mismo modo que calienta el sol todo aquello sobre lo que pone sus rayos. Y de pronto comprendí el sentido de los libros, de los salterios, de los Evangelios y de otros volúmenes católicos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, aun sin conocer la explicación de cada una de las palabras del texto, ni la división de las sílabas, ni los casos, ni los tiempos» (Scivias, Parte primera, Atestado, pág. 190). ¿Qué quiere decir todo esto? ¿Cómo es posible la comprensión instantánea de todo lo que hay que comprender? En esta misma revelación Hildegard von Bingen recibió la orden del cielo de escribir todo cuanto viera y oyera. Con los ojos y los oídos interiores. Ese fue el comienzo de su primera obra profética, Scivias, y desde entonces la escritura la acompañó hasta la muerte. Es una escritura que despliega una imagen de Dios, del mundo y del hombre, una cosmovisión donde todo está comprendido y explicado. Esta misma mujer, que veía, oía y escribía, curaba a enfermos que desde todos los lugares acudían a ella, imponiéndoles las manos como había hecho Jesucristo, asperjándolos con agua y sacándoles los demonios del cuerpo mediante los ritos propios del exorcismo. Trozos de sus cabellos depositados junto a los enfermos sirvieron para su curación. Una intensa extrañeza cubre a nuestra mirada todos estos actos, sus palabras y sus silencios, o las mismas imágenes que se contemplan en las miniaturas. Hay que reconocer que todo ello pertenece a otro mundo al que solo podemos acercarnos con extraordinaria dificultad. Incluso dentro de ese mundo extraño Hildegard von Bingen es un enigma. Lo fue para su siglo (entre otras cosas, ¿qué hace una mujer escribiendo?), aunque, sin duda, de un modo muy diferente de como lo es para el nuestro. Es mejor aceptar su enigma, pues intuimos que allí donde se quieren ver identidades hay todavía mucha mayor diferencia. Y, sin embargo, y a pesar de esa profunda extrañeza, hay algo que parece elevar el hecho de esta mujer por encima de su época, como si su experiencia pudiera de pronto abandonar esa alteridad tan imposible, para instalarse instructivamente en este final de siglo XX. Quizás, lo más fascinante del caso de Hildegard von Bingen resida justamente en que es posible saber de su experiencia, lo que no deja de ser sorprendente. La documentación conservada —biografía, fragmentos autobiográficos, más de doscientas cartas, al margen de la obra— permite acceder a su personalidad, lo que no es nada habitual tratándose de un autor procedente de una cultura tradicional, siempre tendente a borrar las huellas de la autoría. Es tan inusual que de inmediato aparece la tentación de pensar en la falsificación, tan practicada en la Edad Media, si no fuera por el riguroso estudio de Marianna Schrader y Adelgundis Führkötter, que demuestra la veracidad de su autoría, así como de las recientes ediciones críticas aparecidas en el Corpus Christianorum, tanto de la biografía como de las cartas, que no dejan lugar a dudas sobre la autenticidad, habiendo podido distinguirse con precisión las versiones manipuladas de las fidedignas para el caso de la correspondencia. La intención de este libro consiste en mostrar, hasta donde lo permiten estos testimonios, la experiencia espiritual de Hildegard von Bingen. Ya en su propia época, la vida de Hildegard von Bingen (10981179) fue objeto de gran interés y atención. Posiblemente se debió al hecho de que su vida fue una vida extraordinaria, y también a que vivió en una época que comenzaba a explorar al individuo, tanto en los monasterios cistercienses como en las escuelas urbanas o en la expresión lírica de los trovadores del sur de Francia. Los que la rodearon recogieron datos biográficos y ella misma debió de sentir la necesidad de explicar «lo que le sucedía», «lo que le había sucedido». En la intimidad de la conversación debieron de surgir las palabras en primera persona que quizás pudieran haber formado una autobiografía, pero que habrían de quedar como fragmentos insertos en la biografía. Quizás fue Volmar, el monje de Disibodenberg que la acompañó durante más de treinta años como su secretario y colaborador, el primero que las oyó y recogió. Lo único cierto es que esas palabras en primera persona resuenan en la biografía que finalmente elaboró Theoderich von Echternach después de la muerte de Hildegard en la década de los ochenta del siglo XII. En el interior de esta Vida las palabras de Hildegard se refieren directamente a la experiencia de la visión, asombrosa para ella misma: A los tres años vi una luz tal, que mi alma tembló, pero debido a mi niñez nada pude proferir acerca de esto. A los ocho años fui ofrecida a Dios para la vida espiritual y hasta los quince vi mucho y explicaba algo de un modo muy simple. Los que lo oían se quedaban admirados, preguntándome de dónde venía y de quién era. A mí me sorprendía mucho el hecho de que, mientras miraba en lo más hondo de mi alma, mantuviera también la visión exterior, y asimismo el que no hubiera oído nada parecido de nadie hizo que ocultara cuanto pude la visión que veía en el alma (Vida, Libro II, Visión primera, pág. 55). No se sabe en qué momento de su vida Hildegard recordó su primera visión de luz, ni el temblor, ni tampoco su sentimiento de soledad ante lo que solo a ella sucedía. Pero este breve pasaje concede identidad biográfica a la autora del Scivias. En cambio, el silencio domina muchos años de su vida. Como siempre la autobiografía-biografía funciona selectivamente y en este caso todo está referido al fenómeno visionario. Nada nos cuenta Hildegard acerca de lo que debió de sentir cuando a la edad de catorce años fue encerrada con Jutta von Spannheim en la celda de clausura situada junto al monasterio de monjes de Disibodenberg; solo que aquella mujer fue su maestra y le enseñó los salmos y el salterio decacorde. Ni nada tampoco permite saber algo acerca de la feliz transformación de aquella oscura celda de clausura en el pequeño monasterio de monjas. Su voz vuelve a surgir para narrar el suceso fundamental de su vida, cuando cumplió cuarenta y dos años: Entonces en aquella visión fui obligada por grandes dolores a manifestar claramente lo que viera y oyera, pero tenía mucho miedo y me daba mucha vergüenza decir lo que había callado tanto tiempo […] En esta visión comprendí los escritos de los profetas, de los Evangelios y de otros santos y filósofos sin ninguna enseñanza humana y algo de esto expuse, cuando apenas tenía conocimiento de las letras, tal y como me enseñó la mujer iletrada (Vida, Libro II, Visión primera, págs. 56). Este pasaje es una variante del que se encuentra en el inicio del Scivias, y completa aquella versión ya citada: «sin enseñanza humana», con escaso conocimiento de las letras; lo que en otro autor de su misma época puede ser tópico vacío de contenido real, en el caso de Hildegard quizás no sea totalmente literal, pero no deja de ser absoluta verdad en esencia. Porque, aunque conociera más las letras de lo que confiesa, una distancia inmensa separa el contenido de su obra de las posibles «fuentes» por ella conocidas. Siete años después, cuando todavía estaba cumpliendo la orden de escribir cuanto viera y oyera, es decir, en plena escritura del Scivias, tuvo lugar lo que en la...