Brontë / Nemo | Novelistas Imprescindibles - Anne Brontë | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 48, 436 Seiten

Reihe: Novelistas Imprescindibles

Brontë / Nemo Novelistas Imprescindibles - Anne Brontë


1. Auflage 2021
ISBN: 978-3-98551-849-4
Verlag: Tacet Books
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, Band 48, 436 Seiten

Reihe: Novelistas Imprescindibles

ISBN: 978-3-98551-849-4
Verlag: Tacet Books
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Bienvenidos a la serie de libros Novelistas Imprescindibles, donde les presentamos las mejores obras de autores notables. Para este libro, el crítico literario August Nemo ha elegido las dos novelas más importantes y significativas de Anne Brontë que son La Inquilina de Wildfell Hall y Agnes Grey. Anne Brontë fue una novelista y poetisa británica, la más joven de la familia Brontë, autora de dos novelas que hoy son clásicas de la literatura inglesa. En el trabajo de Anne, sin embargo, se observa la influencia de las novelas góticas de Ann Radcliffe, Horace Walpole, Matthew 'Monk' Lewis y Charles Maturin, como también de Walter Scott, no sería por las extraordinarias tribulaciones de la heroína, sola y abandonada, se torna sumisa. La diferencia es que ella se resiste, no por los dones sobrenaturales, renuncia debido a la fuerza de su temperamento. Novelas seleccionadas para este libro: - La Inquilina de Wildfell Hall. - Agnes Grey. Este es uno de los muchos libros de la serie Novelistas Imprescindibles. Si te ha gustado este libro, busca los otros títulos de la serie, estamos seguros de que te gustarán algunos de los autores.

Anne Brontë (Thornton, Yorkshire del Oeste; 17 de enero de 1820-Scarborough, 28 de mayo de 1849) fue una novelista y poetisa británica, la más joven de la familia Brontë, autora de dos novelas que hoy son clásicas de la literatura inglesa: Agnes Grey y La inquilina de Wildfell Hall.

Brontë / Nemo Novelistas Imprescindibles - Anne Brontë jetzt bestellen!

Autoren/Hrsg.


Weitere Infos & Material


XIII
VUELTA AL TRABAJO   —¡Mi querido Gilbert! Me gustaría que trataras de ser un poco más amable —dijo mi madre una mañana, después de una cierta exhibición de mal humor por mi parte—. Dices que no te pasa nada y que no ha ocurrido nada que te haya entristecido y, sin embargo, no he visto nunca a nadie tan alterado como tú desde hace algunos días. No tienes una palabra amable para nadie; amigos y extraños, iguales y subordinados, todos reciben el mismo trato. Me gustaría que te corrigieras. —Corregir ¿qué? —Qué va a ser, tu extraño comportamiento. No sabes hasta qué punto te perjudica. Estoy segura de que no habría mejor carácter que el tuyo natural si dejaras que se manifestara libremente; así que no tienes excusa. Mientras me sermoneaba de esta manera, cogí un libro y, dejándolo abierto sobre la mesa que había delante de mí, fingí estar profundamente absorto en su lectura. Me sentía incapaz de justificarme y al mismo tiempo no deseaba reconocer mis errores, no quería decir una palabra sobre el asunto. Pero mi excelente madre siguió con su amonestación, luego pasó a adularme y comenzó a acariciar mi cabello. Yo empezaba a sentirme un buen muchacho, pero mi perverso hermano, que estaba haraganeando por la habitación, excitó mi maldad al gritar repentinamente: —¡No lo toques, madre! ¡Te morderá! Es un verdadero tigre con forma humana. Por mi parte le he desahuciado, he renegado de él, he roto con él completamente. Mientras aprecie en algo mi vida no estaré a menos de seis metros de él. El otro día casi me rompe el cráneo por cantar una inofensiva y bonita canción de amor, con el único propósito de entretenerle. —¡Oh, Gilbert! ¿Cómo pudiste? —exclamó mi madre. —Primero te dije que te callaras, Fergus, tú lo sabes —dije. —Sí, pero cuando te aseguré que no había ningún mal en ello y me puse a cantar el verso siguiente, pensando en que podría gustarte más, me cogiste por un hombro y me empujaste contra el muro con tanta fuerza que creí que me había mordido la lengua hasta partírmela en dos, y que el lugar donde dio mi cabeza había quedado embadurnado con mis sesos; cuando me llevé la mano a la cabeza y vi que mi cráneo no estaba roto, pensé que era un milagro, no un error. ¡Pero pobre muchacho! —añadió con un suspiro sentimental—. Su corazón está roto, ésa es la verdad, y su cabeza… —¿Te quieres callar? —grité, levantándome y mirando al muchacho con tanta ferocidad que mi madre, creyendo que tenía la intención de atacarle cruelmente, puso su mano sobre mi brazo y me suplicó que le dejara. Mi hermano salió afuera con paso lento y las manos en los bolsillos, cantando provocadoramente: «Por culpa de una hermosa mujer yo…». —No voy a ensuciarme las manos con él —dije, en contestación a la intercesión maternal—. No le tocaría ni con unas tenazas. Entonces me acordé de que tenía una entrevista pendiente con Robert Wilson, para tratar de la compra de cierto terreno que lindaba con mi granja, entrevista que había sido postergada día tras día, pues no sentía interés por nada en aquellas fechas; además, era propenso a la misantropía, y, sobre todo, me resistía especialmente a encontrarme con Jane Wilson y su madre. Aunque tenía razones demasiado buenas, entonces, para dar crédito a sus rumores sobre la señora Graham, no me parecían mejores por ello —como tampoco me lo parecía Eliza Millward—, y el solo pensamiento de encontrarme con ellas me repugnaba, ya que ahora no podía hacer frente a sus aparentes calumnias y mantenerme en mis convicciones como antes. Pero aquel día decidí hacer un esfuerzo para reincorporarme a mis ocupaciones. Aunque no encontrara ningún placer en hacerlo, sería menos fastidioso que la ociosidad y en cualquier caso más provechoso. Si bien la vida no me prometía placeres dentro de mi trabajo, al menos no se mostraba atractiva fuera de él; a partir de aquel momento me encadenaría al torno y a la faena como un desgraciado caballo de tiro que estuviera perfectamente amaestrado para hacer su labor, y trabajaría fatigosamente toda la vida, no del todo inútil, aunque no agradable, y sumiso si no contento con mi suerte. Así resuelto, con una especie de sombría resignación, si se me permite una expresión semejante, encaminé mis pasos hacia la Granja Ryecote apenas convencido de que pudiera encontrar a su propietario en ella a aquella hora del día, pero esperando poder enterarme de en qué parte de sus tierras era más probable que se encontrara. Estaba ausente, pero se le esperaba en casa dentro de pocos minutos y se me invitó a entrar en el salón y esperar. La señora Wilson estaba ocupada en la cocina, pero la habitación no estaba vacía y apenas logré reprimir un gesto de desagrado cuando entré en ella: allí, sentadas, estaban charlando la señorita Wilson y Eliza Millward. Sin embargo, decidí tranquilizarme y ser cortés. Eliza pareció haber tomado la misma determinación por su parte. No habíamos vuelto a vernos desde la tarde en que nos reunimos para tomar el té, pero no se notaba en ella ninguna emoción de placer o disgusto, ninguna intención de dramatizar, ni de dar a entender que su orgullo estaba herido: se mostró fría en su actitud, cortés en su conducta. Había incluso una desenvoltura y una alegría en sus modales y en su semblante de las que yo no tenía la pretensión de hacer gala, pero había un fondo de malignidad en su mirada, demasiado expresiva, que me decía a las claras que no se me perdonaba. Aunque ya no esperaba conquistarme, todavía odiaba a su rival y era evidente que se complacía en vengarse de ella descargando su odio sobre mí. Por otra parte, la señorita Wilson fue todo lo amable y atenta que se podía desear, y aunque yo no estaba de humor para conversar, las dos damas se las arreglaron para mantener entre ellas el continuo y precioso fuego de la charla. Pero Eliza se aprovechó de la primera pausa oportuna para preguntarme en un tono casual si había visto últimamente a la señora Graham, con una mirada de soslayo, que pretendía ser alegremente perversa, en realidad desbordante de malicia. —Últimamente, no —contesté en un tono indiferente, pero repeliendo sus odiosas miradas. Me sentía humillado por sentir que el color subía hasta mi frente, a pesar de mis tenaces esfuerzos por parecer inconmovible. —¿Cómo? ¿Está usted empezando a cansarse ya? ¡Yo creía que una criatura tan noble tendría el poder de atarle durante un año por lo menos! —Preferiría no hablar de ella ahora. —¡Ah! Entonces se ha convencido, por fin, de su error; ha descubierto por fin que su deidad no es precisamente la inmaculada… —Le ruego que no hable de ella, señorita Eliza. —¡Oh, le pido disculpas! Ya veo que las flechas de Cupido han penetrado demasiado hondo en usted: las heridas, al ser más que superficiales, no están curadas todavía y sangran con la sola mención del nombre de la amada. —Digamos más bien —se interpuso la señorita Wilson— que el señor Markham cree que ese nombre no es digno de ser mencionado en presencia de mujeres honestas. Me asombra, Eliza, que te refieras a esa desdichada persona. Deberías saber que hablar de ella es cualquier cosa menos agradable para las personas aquí presentes. ¿Cómo podía soportarse esto? Me levanté y estuve a punto de calarme el sombrero con un gesto de airada indignación y salir precipitadamente de la casa; pero dándome cuenta —justo a tiempo de salvar mi dignidad— de lo ridículo de un comportamiento semejante, que sólo habría proporcionado la oportunidad a mis bellas torturadoras de reírse con júbilo de mí por culpa de alguien a quien en el fondo de mi corazón reconocía indigno del menor sacrificio (aunque el fantasma de mi veneración y amor primeros me rondaba todavía de tal forma que no podía aguantar que su nombre fuera calumniado por otros), me limité a acercarme a la ventana. Después de permanecer allí algunos segundos mordiéndome vengativamente los labios, tratando de contener las impulsivas palpitaciones de mi pecho, le hice observar a la señorita Wilson que no parecía que su hermano estuviera a punto de llegar y añadí que, siendo mi tiempo precioso, sería mejor que volviera al día siguiente a una hora en que estuviera seguro de encontrarle en casa. —¡Oh, no! —dijo ella—. Estoy segura de que vendrá dentro de un minuto; tiene algo que hacer en L… —el mercado de nuestro municipio— y necesitará un pequeño refrigerio antes de ponerse en camino. Acepté la proposición con la mejor buena voluntad y, por fortuna, no tuve que esperar mucho. El señor Wilson llegó poco después y, poco dispuesto como estaba yo a hablar de negocios en aquel momento y poco interesado por el terreno o su propietario, hice un esfuerzo para prestar atención al asunto que me había llevado a aquella casa y en seguida concluí el trato: quizá más a la satisfacción del próspero granjero de lo que él estaría dispuesto a reconocer. Luego, dejándole entregado a la discusión de su sustancial «refrigerio», abandoné de buena gana la casa y fui a vigilar a mis segadores. Los dejé ocupados con su trabajo cerca del valle y subí por la colina, con la intención de inspeccionar un sembrado que estaba en la parte más alta y ver cuándo estaría listo para la siega. Pero no lo inspeccioné aquel día, porque, al acercarme a él, vi a no mucha distancia a la señora Graham y a su hijo que bajaban en la dirección opuesta. Ellos me vieron y Arthur echó a correr hacia mí; pero yo di la vuelta inmediatamente y me dirigí a mi casa con paso firme. Había tomado la determinación de no volver a encontrarme con su madre, y a...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.