E-Book, Spanisch, 300 Seiten
Campbell El poder del mito
1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-946452-8-0
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 300 Seiten
ISBN: 978-84-946452-8-0
Verlag: Capitán Swing Libros
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¿Qué tienen en común el Quijote, John Lennon, Buda, Ulises, el papa, el rey Arturo y La guerra de las galaxias?Para Joseph Campbell, el mito es un instrumento fundamental para interpretar la realidad, enriquecer la experiencia vital y comprender los oscuros y aterradores abismos de la existencia humana, y es también la semilla de las religiones, que emplean distintas metáforas para explicar lo inexplicable. En este diálogo con el periodista Bill Moyers, Campbell intenta entender el pasado y esclarecer el presente por medio de la mitología, sintetizando así los principales postulados de su pensamiento. 'El poder del mito' toca temas que van desde el matrimonio moderno a los nacimientos virginales, de Jesús a John Lennon; una amplia gama de temas considerados en conjunto para identificar la universalidad de la experiencia humana a través del tiempo y la cultura. En sus páginas se revela cómo los temas y símbolos, los arquetipos mitológicos, religiosos y psicológicos de las antiguas narraciones continúan dando significado al nacimiento, la muerte, el amor y la guerra. Los símbolos de la mitología y la leyenda están a nuestro alrededor, incrustados en el tejido de nuestra vida cotidiana, y los diálogos entre Moyers y Campbell son una guía imprescindible para reconocer y comprender su significado.
Joseph Campbell. White Plains (EE.UU.), 1904 - Honolulu (EE.UU.), 1987 Este escritor estadounidense se interesó por la mitología desde su infancia, a partir de lecturas sobre los aborígenes y visitas al Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. Cursó estudios en la Universidad de Columbia y en 1923 comenzó sus viajes a través de numerosos países como México y Guatemala. Tras obtener el título de Bachelor of Arts en la propia Columbia, empezó a estudiar literatura centrada en las leyendas artúricas y viajó a Europa. Inicialmente se estableció en París, donde conoció a James Joyce, y más tarde se matriculó en la Universidad de Múnich para estudiar sánscrito y Filología Indoeuropea. Tras regresar a Estados Unidos se dedicó a impartir clases mientras seguía con sus estudios. En 1941 y durante tres años trabajó con Swami Nikhilananda en la traducción y edición de El evangelio de Sri Ramakrishna y los Upanishads. Otras obras destacadas de Campbell serían Where the Two Came to Their Father (1943) o Las máscaras de Dios (1959), aunque fue también un destacado compilador de la obra de Jung. En 1984, en su fiesta de cumpleaños celebrada en el Palacio de Bellas Artes de San Francisco, se reunieron más de mil invitados. Un año después comenzaba la filmación de lo que sería El poder del mito, una extensa entrevista entre Campbell y el periodista Bill Moyers, en el célebre rancho Skywalker de George Lucas.
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Introducción Bill Moyers Después de la muerte de Joseph Campbell, durante semanas todo lo que veía me traía a la memoria su recuerdo. Al salir del metro en Times Square y sentir la energía de la muchedumbre, sonreía recordando la imagen que una vez había concebido, precisamente allí, Joseph Campbell: «La más reciente encarnación de Edipo, el romance ininterrumpido de la Bella y la Bestia, está esta tarde en la esquina de la calle 42 y la Quinta Avenida, esperando que cambie el semáforo». En el preestreno de la última película de John Huston, Los muertos, basada en un cuento de James Joyce, volví a pensar en Campbell. Una de sus primeras obras importantes fue una clave para Finnegans Wake. Lo que Joyce llamaba «lo grave y constante» en el sufrimiento humano era para Campbell un tema central de la mitología clásica. «La causa secreta de todo sufrimiento» —decía— «es la mortalidad misma, que es la condición primordial de la vida. No se la puede negar si se quiere afirmar la vida». En una ocasión, hablando del tema del sufrimiento, mencionó juntos a Joyce y a Igjugarjuk. «¿Quién es Igjugarjuk?», le dije, casi sin poder pronunciarlo. «Ah» —respondió Campbell— «era el chamán de los caribú, una tribu al norte de Canadá, quien decía a los visitantes europeos que la única verdadera sabiduría “vive lejos de los hombres, en la gran soledad, y solo puede obtenerse mediante el sufrimiento. Únicamente la privación y el sufrimiento abren la mente a todo lo que permanece oculto para los demás”». «Por supuesto» —dije—. «Igjugarjuk». Joe pasó por alto mi ignorancia. Habíamos dejado de caminar. Le brillaban los ojos cuando dijo: «¿Te imaginas una larga velada alrededor del fuego con Joyce e Igjugarjuk? ¡Eso es algo que me habría gustado ver!». Campbell murió un día antes del vigésimo cuarto aniversario del asesinato de John F. Kennedy, tragedia que había analizado en términos mitológicos durante nuestra primera reunión años atrás. Ahora, cuando vuelve ese melancólico recuerdo, les hablo a mis hijos mayores sobre las reflexiones de Campbell al respecto. Describió el solemne funeral oficial como «un ejemplo del alto servicio que presta el ritual a una sociedad» al evocar temas mitológicos cuya raíz se hunde en las necesidades humanas. «Esta era una ocasión ritualizada, estrictamente necesaria desde el punto de vista social», había escrito Campbell. El asesinato, a plena luz del día y ante todos, de un presidente «que representaba a toda nuestra sociedad, al organismo social vivo del que somos miembros, arrebatado en un momento de plenitud vital, exigía un rito compensatorio para restablecer el sentimiento de solidaridad. De ahí que una enorme nación formara una sólida comunidad unánime durante esos cuatro días, con todos nosotros participando del mismo modo, simultáneamente, en un único acontecimiento simbólico». Decía que constituía «la primera y única cosa de ese tipo que en tiempos de paz me haya hecho sentir miembro de esta comunidad nacional, volcada como una unidad en la celebración de un rito profundamente significativo». Recordé también esa descripción cuando una amiga le preguntó a uno de mis colegas por nuestra colaboración con Campbell: «¿Para qué necesitan la mitología?». Esta mujer sostenía la opinión, muy corriente y moderna, de que «todos esos dioses griegos y sus historias» nada tienen que ver con la actual condición humana. Lo que ella no sabía (e ignora la mayoría) es que las reliquias de esas «viejas historias» adornan las paredes de nuestro sistema interior de creencias, como restos de antiguos utensilios en un yacimiento arqueológico. Pero como somos seres orgánicos, hay energía en todos esos restos. Los rituales la evocan. Pensemos en la posición de los jueces en nuestra sociedad, que Campbell analizó en términos mitológicos, no sociológicos. Si esta posición fuera solamente un papel a desempeñar, el juez podría asistir con un traje gris al tribunal en lugar de vestir la toga negra. Para que la ley tenga autoridad más allá de la mera coacción, el poder del juez debe ser ritualizado, mitologizado. Y lo mismo ocurre en otros ámbitos de la vida actual, decía Campbell, desde la religión y la guerra hasta el amor y la muerte. Una mañana, tras la muerte de Campbell, cuando iba caminando al trabajo, me detuve ante el videoclub del barrio, en cuyo escaparate estaban pasando escenas de La guerra de las galaxias, de George Lucas. Recordé la ocasión en que Campbell y yo habíamos visto juntos la película en el Rancho Skywalker de Lucas en California. Lucas y Campbell se habían hecho amigos después de que el primero, reconociendo su deuda hacia el trabajo de Campbell, lo invitara a una proyección privada de la trilogía. Campbell gozó con los antiguos temas y motivos de la mitología que se desplegaban por la pantalla en vigorosas imágenes contemporáneas. Durante esta visita, después de aplaudir los peligros y hazañas de Luke Skywalker, Joe se animó hablando de cómo Lucas «había dado el más nuevo y enérgico impulso» a la clásica historia del héroe. «¿A qué te refieres?», le pregunté. «A lo que ya Goethe dijo en el Fausto, y que Lucas ha plasmado en un lenguaje moderno: la advertencia de que la tecnología no nos salvará. Nuestras computadoras, nuestras herramientas, nuestras máquinas no son suficientes. Hemos de apoyarnos en nuestra intuición, en nuestro ser más genuino». «Pero ¿no es eso una afrenta a la razón?» —le dije—. «¿Y acaso no estamos ya apartándonos vertiginosamente de la razón?». «El periplo del héroe no tiene ese objetivo. No se trata de negar la razón. Por el contrario, al sobreponerse a las pasiones oscuras, el héroe simboliza nuestra capacidad de controlar al salvaje irracional que todos llevamos dentro». En otras ocasiones, Campbell había deplorado nuestra incapacidad «para admitir dentro de nosotros la fiebre carnívora y lasciva» que es endémica en la naturaleza humana. Ahora estaba describiendo la trayectoria del héroe, no como un acto de valor, sino como una vida vivida en el autodescubrimiento: «Luke Skywalker no es nunca tan racional como cuando encuentra dentro de sí los recursos de carácter para hacer frente a su destino». Irónicamente, para Campbell la finalidad del periplo del héroe no es el engrandecimiento de su persona. «Es», decía en una de sus conferencias, «no identificarse con ninguna de las figuras de poder experimentadas. El yogui hindú, luchando por la liberación, se identifica con la Luz y nunca regresa. Pero nadie con la voluntad de servir a otros se permitiría semejante evasión. El objetivo último de la hazaña no debe ser ni la liberación ni la felicidad personales, sino la sabiduría y el poder para servir a los demás». Una de las muchas diferencias entre el personaje famoso y el héroe, decía, es que uno vive solamente para sí mientras el otro actúa para redimir a la sociedad. Joseph Campbell afirmó la vida como aventura. «Al diablo con todo eso», exclamó cuando su tutor universitario le aconsejó que se ciñera a un estrecho programa académico. Renunció a obtener su doctorado, y prefirió retirarse al bosque, a leer. Toda su vida siguió leyendo libros: antropología, biología, filosofía, arte, historia, religión. Y siguió recordando a la gente que un camino seguro por el mundo es el que va por la página impresa. Pocos días después de su muerte, recibí una carta de una de sus exalumnas que ahora colabora en la dirección de una revista. Habiéndose enterado de la serie televisiva en que yo había estado trabajando con Campbell, me escribía para contarme cómo «el ciclón de energía de este hombre atravesó todas las posibilidades intelectuales» de las estudiantes que asistían «sin aliento a sus clases» en la Universidad Sarah Lawrence. «Aunque todas lo escuchábamos fascinadas» —me escribía—, «nos abrumaba la cantidad de lecturas que nos mandaba cada semana. Al fin, una de nosotras le hizo ver lo imposible de la tarea (en el estilo Sarah Lawrence): “Estoy haciendo otros tres cursos, ¿sabe? Todos dan lecturas obligatorias, ¿sabe? ¿Cómo cree que podría leer todo esto en una semana?”. Campbell se limitó a reír y le dijo: “Me asombra que lo haya intentado. Tiene todo el resto de su vida para hacer las lecturas”». Concluía diciendo: «Y todavía no he terminado; es el ejemplo, que nunca cesará, de su vida y su obra». El homenaje que se realizó en su memoria en el Museo de Historia Natural de Nueva York dio una idea del impacto que causaba sobre los demás. Campbell pisó por primera vez ese museo siendo un niño, y quedó fascinado por los postes totémicos y las máscaras. ¿Quién los hizo?, se preguntaba. ¿Qué significan? Empezó a leer todo lo que encontró sobre los indios, sus mitos y leyendas. A los diez años ya estaba en el camino que lo llevaría a ser uno de los grandes eruditos en mitología y uno de los más estimulantes maestros de nuestro tiempo; alguien dijo que «podía dar vida a los huesos del folklore y la antropología». Ahora, en su homenaje póstumo en aquel museo donde tres cuartos de siglo atrás su imaginación se había despertado, se reunía la gente para honrar su recuerdo. Hubo una actuación de Mickey Hart, el batería de The Grateful Dead, el grupo de rock con el que Campbell compartía su interés por la percusión. Robert Bly tocó la flauta y leyó poemas dedicados a Campbell. Hablaron exalumnos suyos, así como amigos que había hecho tras haberse jubilado y trasladado con su esposa, la bailarina...