Condé | Corazón que ríe, corazón que llora | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 188, 176 Seiten

Reihe: Impedimenta

Condé Corazón que ríe, corazón que llora

Cuentos verdaderos de mi infancia
1. Auflage 2019
ISBN: 978-84-17553-11-1
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

Cuentos verdaderos de mi infancia

E-Book, Spanisch, Band 188, 176 Seiten

Reihe: Impedimenta

ISBN: 978-84-17553-11-1
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



No es fácil vivir entre dos mundos, y la niña Maryse lo sabe. En casa, en la isla caribeña de Guadalupe, sus padres se niegan a hablar criollo y se enorgullecen de ser franceses de pura cepa, pero, cuando la familia visita París, la pequeña repara en cómo los blancos los miran por encima del hombro. Eternamente a caballo entre la lágrima y la sonrisa, entre lo bello y lo terrible, en palabras de Rilke, asistimos al relato de los primeros años de Condé, desde su nacimiento en pleno Mardi Gras, con los gritos de su madre confundiéndose con los tambores del carnaval, hasta el primer amor, el primer dolor, el descubrimiento de la propia negritud y de la propia feminidad, la toma de conciencia política, el surgimiento de la vocación literaria, la primera muerte. Estos son los recuerdos de una escritora que, muchos años después, echa la vista atrás y se zambulle en su pasado, buscando hacer las paces consigo misma y con sus orígenes. Profunda e ingenua, melancólica y ligera, Maryse Condé, la gran voz de las letras antillanas, explora con una honestidad conmovedora su infancia y su juventud. Un magistral ejercicio de autodescubrimiento que constituye una pieza clave de toda su producción literaria, que le ha valido el Premio Nobel Alternativo de Literatura 2018.

La narradora Maryse Condé nació en 1937 en Pointe-à-Pitre, capital del archipiélago antillano de Guadalupe. Estudió en París y ha residido en diferentes países de África, especialmente en Mali, donde se desarrolla su saga Ségou (1985). Ha recibido numerosos premios. En 2018, a sus 81 años, le llegó el Nobel Alternativo de Literatura por el conjunto de su obra. Con anterioridad, sus novelas Moi, Tituba sorcière (1986) y La vie scélérate (1988) obtuvieron el Premio nacional de Literatura sobre la Mujer y el Premio Anaïs-Ségalas de la Academia Francesa, respectivamente. Además, en 1993, fue la primera mujer que recibió el Premio Putterbaugh, otorgado por los Estados Unidos a escritores francófonos. Es autora de más de una treintena de obras que van desde la novela al relato, pasando por las obras de teatro, el ensayo, las novelas infantiles y la autobiografía. Sus libros, leídos y estudiados en todo el mundo, se interrogan sobre la memoria y la identidad, tanto individuales como colectivas. Una memoria y una identidad habitadas por luchadoras figuras de mujer, así como por los fantasmas de la esclavitud, la diáspora negra y el colonialismo. Buena prueba de ello son, entre otros, los títulos La migration des coeurs (1995), Desirada (1997), Célanire cou-coupé (2000) o Victoire, les saveurs et les mots (2006), homenaje a su abuela materna. Maryse Condé ha enseñado durante décadas literatura francófona en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Presidió el Comité por la Memoria de la Esclavitud en Francia (2001), cuyo trabajo se materializó en la ley que reconoce la esclavitud como un crimen contra la humanidad. Le debemos asimismo la creación del Premio de las Américas Insulares y Guyana, que recompensa anualmente al mejor libro del panorama antillano. Desde hace unos años, la enfermedad degenerativa que sufre ha obligado a Maryse Condé a sedentarizarse en un pueblo de la Provenza francesa. Allí le dicta sus escritos a Richard Philcox, su esposo y traductor al inglés.
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Prólogo
por Martha Asunción Alonso 1937. MARTES DE CARNAVAL. En una casa colonial del corazón de Pointe-à-Pitre, capital del archipiélago caribeño de Guadalupe (Francia), nace Maryse Boucolon. Es la benjamina inesperada de una familia negra de la floreciente burguesía antillana de Grande-Terre. En casa disponen de cocinera y nodriza. Electricidad y agua corriente. Un flamante automóvil. Incluso una segunda residencia para las vacaciones. Nadie se espera a la pequeña Maryse, última de ocho hermanos. Su primer llanto se confundirá con el jolgorio callejero y las tamborradas típicas de los desfiles del Mardi Gras. Maryse se las arreglará para venir a este mundo llorando sin llorar del todo. Riendo la pena. Su vida y su extensa obra narrativa discurrirán bajo el signo de lo insólito. Eternamente a caballo entre la lágrima y la sonrisa. Lo bello y lo terrible, como escribiera Rainer Maria Rilke. Este libro, que los lectores hispanohablantes tienen por vez primera en sus manos en español, da perfecta cuenta de ello. De hecho, no se me ocurre mejor puerta de entrada al personal universo condeano que Corazón que ríe, corazón que llora. Cuentos verdaderos de mi infancia (1999). En sus páginas se ofrecen claves autobiográficas fundamentales para desencriptar personajes, situaciones, preocupaciones e imágenes recurrentes en los más de treinta títulos firmados por Maryse Condé. Estamos ante un texto que esconde el origen de todos los orígenes. La génesis de una conciencia creadora y una voz narradora, ambas de originalidad abrumadora, sin par en el panorama de las letras francófonas contemporáneas. Relatados con una ponderada dosis de profundidad e ingenuidad, melancolía y ligereza, se suceden, como si de historias para dormir se tratara, los recuerdos infantiles de la autora en las Antillas de mediados del siglo XX. Para paliar las lagunas que la memoria, en ocasiones, no puede o no quiere colmar, se activan aquí los mecanismos libres de la fabulación. El resultado es un delicioso conjunto de cuentos que nos transportan a una niñez tan ensoñada como real. Bien nos lo advierte la cita inaugural de Marcel Proust, que nos avisa acerca de la naturaleza mítica de toda autobiografía. Bien nos lo recuerda, además, la propia Condé cuando, a propósito de una antigua rencilla con su inseparable amiga Yvelise, reflexiona: «en el corazón de los niños, la amistad late con la violencia del amor». Porque Corazón que ríe… es, sin duda, un relato de amistad y de amor. Amistades y amores, en plural. Aparte de reflejar la forja de una personalidad singular, vivísima, permeable a todo lazo, este texto testimonia el despertar de una temprana y férrea vocación literaria en femenino. Una pasión que, por azares de la existencia, tardaría en materializarse. Efectivamente, la ganadora del Premio Nobel Alternativo de Literatura en 2018 no publicaría Hérémakhonon. Esperando la felicidad (1976), su ópera prima, hasta mediada la cuarentena. No cesaría de escribir desde esa fecha. Hasta entonces, la vida se había ocupado de mantenerla demasiado entretenida sufriendo. Entre esos tempranos reveses de la vida, ocupan un lugar privilegiado el primer amor y el correspondiente desamor. Dos caras de la misma inevitable moneda. En Corazón que ríe…, el desengaño amoroso viene acompañado de la aceptación precoz de la propia diferencia como mujer negra. Se produce, en segundo lugar, la toma de conciencia de la dimensión política y de la violencia simbólica que conllevan el ideal estándar de belleza femenina, puesto en tela de juicio en el capítulo «The bluest eye» (un guiño, por cierto, a la novela homónima de la aclamada escritora afroamericana Toni Morrison). El despertar del cuerpo y la iniciación a los placeres, en ese sentido, constituyen asimismo una temática importante en Corazón que ríe… Acompañamos a la joven Maryse en su camino hacia la edad adulta y su metamorfosis de niña sobreprotegida a mujer libre que mide sus alas, sedienta de altura, horizontes y piedras con las que tropezar por sí misma. Asistimos a su búsqueda intuitiva y desprejuiciada del autoconocimiento: desde las primeras caricias, inocentes, con los vecinitos de enfrente, hasta la traumática experiencia que le supondrá contemplar, en primera fila y riguroso directo, un parto difícil siendo una niña. La compleja relación con la madre, condicionada por el abismo generacional, el clasismo de una esforzada educación burguesa y las crisis de la (pre)adolescencia, tendrá mucho que ver con dicho trauma. Será, de hecho, el desencadenante de la escritura, parto complicado donde los haya. El perfil materno, que la autora dejaría de contemplar de cerca antes de tiempo, se confunde con el relieve de la tierra natal añorada desde un exilio igualmente prematuro. De ahí que, en Corazón que ríe…, Maryse Condé escriba, ante todo, para regresar al vientre-isla maternal y recuperar el paraíso perdido de la inocencia. El desconsuelo ante la falta de la madre y del admirado hermano mayor, Sandrino, así como el dolor por el desarraigo, lejos de disiparse, se acentuarían durante los años nómadas de la autora. Se inician en la última parte de Corazón que ríe… y no son sino el preludio de una existencia apátrida. O, como ella misma suele declarar, una vida de «escritora sin domicilio fijo». Maryse Condé, en efecto, desembarca en París siendo adolescente, para cursar estudios preparatorios en un liceo de élite; después, en teoría, Humanidades y Filología en La Sorbona. Pero la vida, indomable, le reserva otros aprendizajes. Es madre bastante joven. La maternidad en la Francia metropolitana, de hecho, le llegará casi a la vez que la pérdida de su propia madre, al otro lado del océano. Tal vez en su busca, implorando consuelo y raíces, parte poco después hacia la madre África. Reside en diferentes países africanos en los años álgidos de los grandes ideales panafricanistas y de los movimientos por la liberación de las colonias francesas, que en Guadalupe fracasarían estrepitosamente. Imparte clases, ocupación que no llegaría a gustarle hasta mucho más tarde. Tiene tres hijos más. Se divorcia. Se queda con el apellido Condé. Trabaja como periodista. Vive en Londres y París. Conoce a Richard Philcox, un profesor de inglés británico que será su traductor al inglés y su compañero. Se doctora. Se traslada a los Estados Unidos, donde recibe numerosas distinciones y sus novelas, pobladas de «mujeres-junco» que ningún huracán quiebra, son muy leídas. Tomo aquí prestado, para referirme a la resiliencia de los personajes femeninos de las novelas de Maryse Condé, el hallazgo terminológico del poeta guadalupeño Daniel Maximin, apreciado por la autora. Estas mujeres, según Maximin, resisten estoicamente los envites de la existencia doblándose como tallos al viento, pero sin llegar nunca a partirse por más que este arrecie. «Mujeres-junco» no faltan, precisamente, en el imaginario de Maryse Condé, cuya propia figura, en tanto que escritora y en tanto que mujer, encaja a la perfección en esta categoría. A nadie le sorprenderá, teniendo en cuenta los aguerridos modelos femeninos que iluminaron sus primeros años y que el lector descubrirá a continuación. En los Estados Unidos, Condé enseña durante décadas literaturas francófonas en la Universidad de Columbia en Nueva York. Por cuestiones de salud, termina sedentarizándose al sur de Francia, en la localidad provenzal de Gordes. Allí, en octubre de 2018, recibe con alegría la noticia del Premio Nobel Alternativo de Literatura otorgado al conjunto de su obra. Una obra monumental que, recorrida por los fantasmas de la trata esclavista y los nuevos rostros del neocolonialismo —machismos incluidos—, eleva un firme alegato contra cualquier forma de intolerancia, exclusión y violencia. A este respecto, conviene señalar que Maryse Condé ejerce, en 2001, como primera presidenta del Comité por la Memoria de la Esclavitud en Francia. Los esfuerzos de esta iniciativa culminarían en la promulgación, por parte del Gobierno francés, de la ley que por fin reconoce la esclavitud como un crimen contra la humanidad. Corazón que ríe… contiene, también, el germen de ese mensaje de tolerancia predominante en la escritura y la biografía de Condé. Estas memorias de infancia perfilan el retrato en tensión de una sociedad, la guadalupeña, con las cicatrices del pasado colonial aún tiernas y en perpetua búsqueda de cura e identidad. Así, la niña Maryse, bajo el choque cultural que le suponen las temporadas en París con sus padres funcionarios, comienza enseguida a rebelarse ante la imposición de la cultura hegemónica: «Primero me dio por pensar, indignada, que la identidad es como un vestido que tienes que ponerte, lo quieras o no lo quieras, te quede bien o no». Por añadidura, estimulada por el descubrimiento de las literaturas de la «Negritud» en Martinica (Aimé Césaire, Joseph Zobel), Haití (Jacques Roumain, Stephen Alexis) o Senegal (Alioune Diop), la niña Maryse empieza pronto a interrogarse sobre las raíces primigenias africanas, silenciadas en una educación recibida a imagen y semejanza de los cánones blancos europeístas. Se entiende, de esta forma, que en el idioma condeano guerrillee el criollo de Guadalupe, en poética pugna con la lengua francesa. Se trata de una lengua cargada de oralidad, híbrida, vibrante de ritmos populares y destellos de los coloridos mercados antillanos. Para ayudar al lector hispanohablante en la...


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