Delgado | El Siglo Español (1492-1659) | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 77, 406 Seiten

Reihe: 100XUNO

Delgado El Siglo Español (1492-1659)

Un ensayo de historia espiritual
1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-1339-381-0
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Un ensayo de historia espiritual

E-Book, Spanisch, Band 77, 406 Seiten

Reihe: 100XUNO

ISBN: 978-84-1339-381-0
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
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En un congreso de historiadores en Viena a principios de siglo, un chiste corría de boca en boca: '¿Conoce Ud. la diferencia entre el buen Dios y un historiador? ... Que Dios no puede cambiar el pasado'. Este ensayo tampoco pretende hacerlo, sino intentar comprenderlo según el antiguo adagio de que la Historia es maestra de la vida. Si hablamos de un largo 'Siglo Español' entre 1492-1659, lo hacemos conscientes de que el principio y el final de esas épocas son algo procesual, y las fechas concretas solo tienen un valor simbólico. La elección parte de que la Translatio imperii, es decir, la conciencia de sentirse elegidos por Dios y los acontecimientos para una misión histórica, es lo esencial a la hora de marcar el inicio y el declive de esos períodos, al menos en el Antiguo Régimen. Esa conciencia de hegemonía no se despierta en España con la llegada de la Casa de Austria, sino que aparece ya bien marcada bajo los Reyes Católicos, y solo tuvo en el 'Siglo Español' -aparte del sultán turco, que es otro cantar- un serio contrayente en la cristiandad en la figura del rey de Francia. Este ensayo se caracteriza por prestar especial atención a las principales controversias que tuvieron lugar en España en ese tiempo. Es, en cierto modo, un estudio de 'historia espiritual', en el sentido francés del término.

Mariano Delgado nació el 20 de febrero de 1955 en Berrueces (Valladolid). Tiene un doctorado y un posgrado o habilitación en Teología (Universidad de Innsbruck), un doctorado en Filosofía (Universidad Libre de Berlín) y un doctorado honoris causa en Teología (Universidad Filosófico-Teológica de Sankt-Augustin). Es autor de más de 800 publicaciones, entre las que hay más de 90 libros. Desde 1997 ostenta la cátedra de Historia de la Iglesia de lengua alemana, en la Facultad de Teología de la Universidad de Friburgo (Suiza). Es miembro de la Academia Europea de las Ciencias y de las Artes (Salzburgo) y de otras muchas instituciones académicas.

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Prólogo para lectores atraídos por el título En un congreso de historiadores en Viena a principios de siglo, un chiste corría de boca en boca: «¿Conoce Ud. la diferencia entre el buen Dios y un historiador?…Que Dios no puede cambiar el pasado». Los historiadores lo reinterpretan según los gustos de su tiempo. Los faraones, los incas y otros imperios en el Viejo y el Nuevo Mundo han contado siempre las gestas según les convenía, no permitiendo que lo negativo perdurara en la memoria. Todos los reyes, príncipes y poderosos han tenido sus «cronistas» bien pagados y dispuestos a adular su ego con un estilo grandilocuente. Lo mismo vale para las crónicas medievales que al estilo de la Historia Sagrada convierten a pueblos y dinastías en los elegidos de Dios. La misma Historia de la Iglesia nació como disciplina a finales del siglo XVI, cuando luteranos y católicos se afanaban en demostrar con su interpretación del pasado que solo su confesión podía ser la verdadera Iglesia. El auge del método histórico-crítico en el siglo XIX no mejoró las cosas, pues a la sombra del historicismo y del nacionalismo este se convirtió en una religión política, y se crearon los mitos fundacionales de la singularidad de muchos pueblos que condujeron a las grandes guerras del siglo XX, y que en algunos países siguen siendo un gran problema por falta de madurez a la hora de interpretar la historia sin caer en la trampa identitaria del nacionalismo. Los españoles tenemos nuestras viejas crónicas, episodios nacionales, grandes enciclopedias históricas, pero no hemos sabido construir un relato nacional propio, una memoria colectiva sin nacionalismos hispanistas o regionalistas que ofrezca una visión serena de nuestro pasado común en la piel de toro y alimente nuestra comprensión en la familia de las naciones, sin complejos de superioridad ni de inferioridad, conscientes de algunos fallos y orgullosos de las grandes aportaciones a un mundo que no sería imaginable sin nuestra impronta. Los extranjeros suelen admirarnos, mientras que nosotros nos autoflagelamos con un espíritu depresivo y masoquista. Cuando algunos nos critican, a veces paradójicamente porque nos admiran o nos han considerado en el Siglo Español el enemigo a batir, solemos asumir sin examen crítico su visión de nuestra historia y nos convertimos en los mayores propagandistas de la Leyenda Negra, tirando piedras al propio tejado. El oficio de historiador debe ejercerse con responsabilidad y conciencia de los demonios nacionalistas que se pueden alimentar con una visión sesgada de la Historia al gusto «de la corriente del uso». Sabemos que el ideal historicista de Leopold von Ranke —«comprender lo que ha pasado realmente»— no se puede alcanzar del todo, entre otras cosas por la parcialidad de muchos archivos, sus carencias respecto a la historia cotidiana y del pueblo sencillo, y también por la distancia entre el presente y el pasado. Podemos intentar salvarla con buen oficio, espíritu crítico y congenialidad, pero el pasado siempre se interpreta también a la luz del presente (Hans-Geog Gadamer), de nuestras perspectivas y cuestiones que cambian con el tiempo, influenciando así la selección e interpretación de las fuentes. Este libro es, en cierto modo, un ensayo de «historia espiritual» en el sentido francés del término, tan utilizado por Marcel Bataillon y sus discípulos, o una Ideengeschichte como dicen los alemanes. El autor ha intentado navegar entre el Escila de la hipercrítica y el Caribdis de la ingenua apología al estudiar una época que con sus luces y sombras podría contribuir a crear elementos para un relato común de nuestra historia. Este ensayo no pretende cambiar el pasado, sino intentar comprenderlo según el antiguo adagio de que la Historia es maestra de la vida. «Siglo Español», «Siglo de Oro» y «Era Española» son conceptos heurísticos de investigación para señalar la hegemonía española en la Primera Edad Moderna. Al mismo tiempo son conceptos discutidos, pues son algo imprecisos para fijar el principio y el final de esa época. Para algunos comienza en 1516 con el reinado de Carlos I, o en 1519 con su elección como el emperador Carlos V, o en 1525 con la gran victoria en Pavía sobre Francisco I de Francia y la superación de la resistencia de las Comunidades y Germanías contra la nueva monarquía en Castilla y en Aragón. Casi siempre se tiene como punto final la Paz de Westfalia (1648), porque España pierde las provincias dominadas por los calvinistas en los Países Bajos y siente los límites de su poder e influencia en la política europea. Por ello, Bartolomé Bennassar (Un siècle d’or espagnol, 1982; La España del Siglo de Oro, 1994/2003; cf. también su libro con Bernard Vincent, Le temps de l’Espagne, XVIè-XVIIè siècles, París 1999) marca el período entre 1525 y 1648, mientras que Antonio Domínguez Ortiz (The Golden Age of Spain, 1971; El Siglo de Oro, 1988/1997) prefiere fijar los límites entre 1516 y 1659. Robert Goodwin (Spain. The Centre of the World, 1519-1682, 2015; España. Centro del mundo, 1519-1682, 2016) privilegia también a Carlos V como punto de partida. Para otros autores, la fecha clave del inicio es 1479 (comienzo del reinado de Fernando II en Aragón, después de que su esposa Isabel fuera ya reina de Castilla desde 1474) o incluso 1469, fecha de su matrimonio. El final sería la muerte de Felipe IV (1665), el último gran rey de la Casa de Austria, o la de su hijo y sucesor Carlos II (1700) como postrero representante de dicha dinastía, o incluso 1714/1716 con el establecimiento de los Borbones al terminar la Guerra de Sucesión y promulgarse los Decretos de Nueva Planta que abren una nueva fase. Este parece ser el punto de vista por ejemplo de John H. Elliott (Imperial Spain, 1469-1716, 1963/2002; La España imperial, 1469-1716, 1965/1986) y Henry Kamen (Spain 1469-1714. A Society of Conflict, 1983/2014; Una Sociedad conflictiva, España 1469-1714, 1984/1995). Si hablamos de un largo «Siglo Español» entre 1492-1659, lo hacemos conscientes de que el principio y el final de esas épocas son algo procesual, y las fechas concretas solo tienen un valor simbólico. Nuestra elección parte de que la Translatio imperii, es decir, la conciencia de sentirse elegidos por Dios y los acontecimientos para una misión histórica, es lo esencial a la hora de marcar el inicio y el declive de esos períodos, al menos en el Antiguo Régimen. Esa conciencia de estar llamados a asumir la hegemonía no se despierta en España con la llegada de la Casa de Austria, sino que aparece ya bien marcada a la sombra de los acontecimientos del «año maravilloso» de 1492 que muy pronto serán interpretados de forma providencialista: la toma de Granada, la expulsión de los judíos que rechazaban su conversión al cristianismo y que será un fanal para la uniformidad religiosa de España en «su» siglo, el descubrimiento de unas islas de lo que pronto se llamará con tintes mesiánicos el «Nuevo Mundo» y, lo que también es importante, la impresión de la gramática del castellano de Antonio de Nebrija como la primera de una lengua moderna. El hecho de que Isabel y Fernando recibieran en 1496 del papa Alejandro VI para sí mismos y sus sucesores el título de «Reyes Católicos» es un elemento más que subraya el comienzo de la preeminencia de España en la Europa de la época. Pues ese título que viene de katholikós, es decir, universal, no tiene nada que envidiar a la dignidad imperial. Esa pretensión y conciencia de hegemonía o de misión histórica, potenciada después bajo Carlos V con su concepto de la «Monarquía universal», solo tuvo en el Siglo Español —aparte del sultán turco, que es otro cantar— un serio contrayente en la cristiandad en la figura del rey de Francia. Precisamente por esto, la Paz de los Pirineos (1659) con la victoriosa Francia rubrica la Translatio imperii de los españoles a los franceses que con Luis XIV tendrán también su propio «Siècle». La muerte de Baltasar Gracián en 1658, que había diagnosticado como nadie las verdaderas causas de la decadencia española, es un indicio más para fijar la cesura por esos años, aunque el resplandor cultural español continúe brillando hasta finales del siglo XVII con Pedro Calderón de la Barca († 1681), Bartolomé Esteban Murillo († 1682), Claudio Coello († 1693) y Juana Inés de la Cruz († 1695). «Siglo Español» nos parece un concepto heurístico más apropiado que «Siglo de Oro». Este último se suele entender en el sentido cultural y coincide más o menos con el paso del Renacimiento al Barroco (1550-1680), la confesionalización y la impronta del Concilio de Trento en el mundo hispano. En el Siglo Español, la cultura hispánica tiene su Siglo de Oro, también en las Américas y las Filipinas, como la primera y última cultura global de acento católico. Pero los contemporáneos no eran conscientes de vivir en un Siglo de Oro español, sino en una época de hegemonía española, con todo lo que ello conllevaba de conflictos, cambios y crisis. Una «Edad de Oro» solo existía en el Renacimiento en la nostalgia de la bucólica aetas aurea cantada por Hesíodo y Virgilio. Misioneros, navegantes y conquistadores la proyectaron a los pueblos del Nuevo Mundo, lo que produjo comentarios irónicos en Tomás Moro, Juan Luis Vives o Miguel de Cervantes. Frente a las obras arriba mencionadas, y otras que han aparecido en los últimos decenios, este ensayo se...



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