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E-Book, Spanisch, 256 Seiten
Reihe: Ensayo
Desmond Pobreza
1. Auflage 2025
ISBN: 978-84-129529-7-1
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 256 Seiten
Reihe: Ensayo
ISBN: 978-84-129529-7-1
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
En este libro de referencia, el aclamado sociólogo Matthew Desmond se basa en la historia, la investigación y en reportajes para mostrar cómo los estadounidenses adinerados, consciente o inconscientemente, mantienen pobres a los pobres. Aquellos de nosotros que tenemos seguridad financiera explotamos a los pobres, reduciendo sus salarios y obligándolos a pagar de más por la vivienda y el acceso al efectivo y al crédito. Escrito con elegancia y bien argumentado, este libro nos brinda nuevas formas de pensar sobre un problema moralmente urgente. También nos ayuda a imaginar soluciones
Es profesor asociado de Ciencias Sociales y codirector del Proyecto Justicia y Pobreza. Después de doctorarse en 2010 por la Universidad de Wisconsin en Madison, se unió a la sociedad de becarios de Harvard como miembro junior. Sus principales intereses de enseñanza e investigación incluyen la sociología urbana, la pobreza, la raza y la etnicidad, las organizaciones y el trabajo, la teoría social y la etnografía.
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¿Por qué hay tanta pobreza en Estados Unidos? Escribí este libro porque necesitaba dar una respuesta a esa pregunta. Durante la mayor parte de mi vida adulta, he investigado y he divulgado sobre la pobreza. He vivido en barrios muy pobres, he pasado tiempo con personas que viven en la pobreza en todo el país, he analizado minuciosamente estudios estadísticos e informes gubernamentales, he escuchado, he aprendido de activistas comunitarios y representantes sindicales, he diseñado políticas públicas, he leído sobre la historia del estado de bienestar, la planificación urbana y el racismo estadounidense, he impartido cursos sobre la desigualdad en dos universidades. Sin embargo, con todo eso a las espaldas, nunca he dejado de sentir que me faltaba una teoría básica sobre el problema, un esquema claro y convincente de por qué hay tanta penuria en esta tierra de abundancia. Empecé a prestar atención a la pobreza cuando era niño. Crecí en una casa de sesenta mil dólares. Se encontraba a un par de kilómetros de Winslow (Arizona), un pequeño pueblo de la Ruta 66 al este de Flagstaff. Era una casa pequeña, con paredes revestidas de madera, rodeada de una tierra dura en la que solo brotaban cardos. Me encantaban la estufa de leña y los árboles del paraíso. Nos habíamos trasladado allí cuando mi padre aceptó un puesto como pastor de la Primera Iglesia Cristiana. El cepillo parroquial no daba para mucho y papá siempre se quejaba de que los obreros ferroviarios de la ciudad cobraban más que él. Él sabía griego antiguo, pero ellos tenían un sindicato. Aprendimos a arreglar todo lo que se rompía o a apañarnos sin ello. Cuando le hice un agujero a una ventana con mi rifle Red Ryder de aire comprimido, así se quedó. Una vez un amigo de la familia y yo arreglamos el motor de mi primera camioneta con piezas que habíamos sacado de un desguace. Después de que mi padre perdiera su trabajo, el banco se quedó la casa, cuando todavía no era algo tan habitual, así que aprendimos a prescindir también de ella. Yo culpaba principalmente a papá, pero una parte de mí también se preguntaba por qué esa era la respuesta que se daba en nuestro país a una familia que estaba pasando por dificultades. Fui a la universidad, la Estatal de Arizona, solicitando todas las becas y préstamos que pude. Trabajé de camarero en el turno de mañana en Starbucks, de teleoperador, de lo que encontraba. En verano, levantaba el campamento y me iba a un bosque cercano a mi ciudad natal a trabajar de bombero forestal. En periodo lectivo, pasaba tiempo con las personas sin hogar que rondaban por el campus, no sirviéndoles una sopa en comedores de beneficencia ni repartiendo calcetines, simplemente me sentaba a charlar un rato con ellas. Creo que todo aquello me ayudó a procesar, como puede hacerlo un adolescente, lo que veía a mi alrededor, que era dinero. Muchísimo dinero. En Winslow algunas familias estaban mejor que otras, pero el campus era otro nivel. Mis compañeros de facultad conducían coches BMW y Mustang descapotables. Durante la mayor parte de mis estudios no tuve coche, y cuando lo tuve, fue una camioneta Ford F-150 de 1978 con un motor de desguace y agujeros de buen tamaño en el suelo, que me permitían ver pasar la carretera a toda velocidad mientras conducía. Mis compañeros de clase salían a comer sushi. Yo almacenaba latas de sardinas y galletas saladas en mi cuarto. La ciudad de Tempe, a las afueras de Phoenix, donde se encuentra el campus principal de la Universidad de Arizona, había gastado cientos de millones de dólares en construir un lago artificial de tres kilómetros de largo en medio del desierto, un charco gigante que pierde dos tercios de su agua por evaporación cada año. A unas manzanas de distancia, la gente pedía limosna por la calle. Y yo me preguntaba cómo podía haber tanta privación en medio de tanto derroche y opulencia. Empecé a darle vueltas a esta cuestión en las aulas, matriculándome en asignaturas que, esperaba, me ayudarían a dar un sentido a mi país y a su confusa y descarada desigualdad. Continué mis estudios en la Universidad de Wisconsin (el único programa que me aceptó), donde me centré en la crisis de la vivienda. Para acercarme lo más posible a ese problema, me mudé a Milwaukee, viví en un parque de caravanas y después en una pensión. Me hice amigo de familias que habían sido desahuciadas y seguí su trayectoria durante meses y años, comiendo y durmiendo en sus casas, viendo crecer a sus hijos, riendo y discutiendo con ellos y, más tarde, asistiendo a algunos de sus funerales. En Milwaukee conocí a abuelas que vivían en caravanas sin calefacción. Pasaban el invierno envueltas en mantas, rezando por que los calefactores no se estropearan. Una vez vi cómo desalojaban un apartamento lleno de niños, solo niños, en un lluvioso día de primavera. Su madre había muerto y ellos habían decidido seguir viviendo allí hasta que llegaran las autoridades. En los años transcurridos desde entonces, he conocido a estadounidenses pobres de todo el país que luchan por la dignidad y la justicia, o simplemente por la supervivencia, que ya puede ser bastante difícil: auxiliares sanitarios a domicilio en Nueva Jersey, con empleo estable pero sin techo, trabajadoras de restaurantes de comida rápida en California que pelean por un salario digno, inmigrantes indocumentados en Mineápolis que se organizan para conseguir viviendas asequibles y se comunican con sus vecinos a través de la aplicación Google Translate. Esto es lo que somos: el país más rico del mundo con más pobreza que cualquier otra democracia avanzada. Si los pobres de Estados Unidos fundaran un país, tendría más población que Australia o Venezuela. Casi uno de cada nueve estadounidenses (y uno de cada ocho niños) vive en la pobreza. En Estados Unidos hay más de 38 millones de personas que no pueden permitirse cubrir sus necesidades básicas, más de 108 millones que se las arreglan con 55.000 dólares al año o menos, muchos de ellos atrapados en esa tierra de nadie entre la pobreza y la seguridad.[1] Más de un millón de niños y niñas en edad escolar no tienen hogar, viven en moteles, coches, refugios y edificios abandonados. Muchos estadounidenses descubren de repente al entrar en prisión que su salud mejora porque las condiciones a las que se enfrentaban como ciudadanos libres (pero empobrecidos) eran peores. Más de dos millones de estadounidenses no tienen agua corriente ni inodoro en casa. La población de Virginia Occidental bebe de arroyos contaminados, mientras que las familias de la Nación Navajo tienen que conducir durante horas para llenar las garrafas de agua. Enfermedades tropicales que durante mucho tiempo se consideraron erradicadas, como la anquilostomiasis, han resurgido en las comunidades rurales más pobres de Estados Unidos, a menudo como consecuencia de sistemas de saneamiento deficientes que exponen a los niños a aguas residuales sin tratar.[2] Estados Unidos supera en 5,3 billones de dólares la producción de bienes y servicios de China. Nuestro producto interior bruto es mayor que la suma de las economías de Japón, Alemania, Reino Unido, India, Francia e Italia, que son el tercero, cuarto, quinto, sexto, séptimo y octavo países más ricos del mundo. La economía de California es mayor que la de Canadá; la del estado de Nueva York es mayor que la de Corea del Sur.[3] La pobreza en Estados Unidos no se debe a la falta de recursos. Es otra cosa. Los libros sobre la pobreza suelen ser libros sobre los pobres. Ha sido así durante más de cien años. En 1890, Jacob Riis relató «cómo vive la otra mitad», documentando las horribles condiciones de vida de los bloques de pisos neoyorquinos y fotografiando a niños mugrientos que dormían en los callejones. Diez años más tarde, Jane Addams escribió sobre el lamentable estado de la mano de obra inmigrante en Chicago: una niña rusa de trece años se suicidó porque no podía devolver un préstamo de tres dólares; a una madre primeriza la obligaban a trabajar tantas horas que se le llenaban los pechos de leche y acababa con la blusa empapada. Los reportajes sobre la Gran Depresión de James Agee y Walker Evans y el fotoperiodismo de Dorothea Lange grabaron a fuego en nuestra memoria colectiva imágenes de aparceros polvorientos y abatidos. En 1962, Michael Harrington publicó The Other America (La otra América), un libro que pretendía visibilizar a «decenas de millones de seres humanos» que habían «desaparecido de la vista y de la mente». Dos años después, Lyndon B. Johnson y su mujer visitaron los Apalaches y se sentaron en el tosco porche de un carpintero sin trabajo, rodeados de niños con poca ropa y grandes dientes.[4] Este tipo de libros, con sus testimonios, nos ayudan a comprender la naturaleza de la pobreza. Son fundamentales, pero no responden (ni pueden responder) a la pregunta fundamental, que es: «¿Por qué?». ¿Por qué tanta pobreza en Estados Unidos? He aprendido que esta pregunta requiere un enfoque diferente. Para comprender las causas de la pobreza, debemos mirar más allá de los pobres. Los que vivimos vidas de privilegio y abundancia debemos hacer introspección. Nosotros, los que...