Rodriguez Llópis / Gómez Ramos / Baldeón Baruque | Alfonso X y su época | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 340 Seiten

Reihe: Pensamiento e historia

Rodriguez Llópis / Gómez Ramos / Baldeón Baruque Alfonso X y su época


1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-7254-676-9
Verlag: Century Carroggio
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

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Reihe: Pensamiento e historia

ISBN: 978-84-7254-676-9
Verlag: Century Carroggio
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Una aportación fundamental para el conocimiento de la historia y el arte de España en una crónica excepcional, que nos introduce con profundidad en el panorama mundial del siglo XIII. Obra de referencia, conmemorativa del 750 aniversario de la coronación de Alfonso X el Sabio. Libro de contenido histórico y de divulgación general, con una primera parte biográfica que trata aspectos políticos, sociales y económicos. En la segunda, algunos de los principales medievalistas europeos tratan aspectos destacados sobre este periodo de nuestra historia: la cultura, el derecho, las relaciones con el Imperio y el papado.

Universidad de Murcia

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Introducción. El reinado de Alfonso X: un quicio entre dos épocas de la Edad Media
José Ángel García de Cortázar
El día 4 de abril de 1284 moría en Sevilla el monarca Alfonso X. Tenía sesenta y dos años y, durante casi treinta y dos, había ocupado el trono de Castilla como hijo y sucesor de Fernando III el Santo. Dos meses y medio antes de morir, Alfonso había redactado sus últimas disposiciones testamentarias. Venían a completar las que había ordenado en noviembre del año anterior. Unas y otras expresaban las que, en los momentos finales de su existencia, fueron sus preocupaciones más intensas. El abatimiento por la pérdida de su autoridad en el reino, sumido en el pleito por la sucesión con su propio hijo Sancho al frente de los rebeldes. La piedad y el reconocimiento a Santa María y a las ciudades de Murcia y Sevilla. Y la preocupación por la conservación de los libros que habían sido su creación y su refugio: el Setenario, las Tablas Alfonsíes, las Cantigas. Por lo demás, a sus súbditos correspondió interpretar la voluntad del Rey Sabio que, en su codicilo, veló su decisión sucesoria al referirse, sin nombrar expresamente a nadie, a «aquél que derechamente e por nos heredare Castella e León e los otros nuestros regnos». El rey que concluía de este modo su reinado había nacido en Toledo en 1221. Sus padres fueron Fernando III, rey de Castilla, que desde 1230 lo fue también de León, y Beatriz de Suabia, hija de Felipe de Suabia y, por tanto, nieta de Federico I Barbarroja. Al nacer, el infante castellano, primogénito de sus padres, recibió el nombre de Alfonso. Había sido el de su abuelo paterno, Alfonso IX de León, pero, sobre todo, el de su bisabuelo, Alfonso VIII de Castilla. Su ascendencia llamaba al futuro Rey Sabio a recoger una importante herencia política. La territorial la constituían los reinos de Castilla y León, desde 1230 definitivamente unidos en la persona de su padre, Fernando III, quien los amplió considerablemente durante su reinado. La de la teoría política era más compleja. En ella se combinaban iniciativas de Alfonso VIII y de Fernando III con las perspectivas aportadas por su madre, Beatriz de Suabia. Era ésta miembro de la familia imperial y, como Hohenstaufen, formaba parte del bando gibelino, tradicionalmente enemigo del bando güelfo aliado del papado. Los primeros años de la vida del infante Alfonso transcurrieron en tierras burgalesas y, en menor medida, en las gallegas de Orense. En ambas regiones poseía importante patrimonio su ayo García Fernández de Villamayor, mayordomo de la reina Berenguela, abuela materna del príncipe. Así, probablemente, en Pampliega y Villaquirán, de un lado, y en Allariz, de otro, fue aprendiendo Alfonso los dos idiomas que tan expertamente iba a utilizar más tarde: el castellano de sus creaciones historiográficas, científicas y jurídicas; el gallego de sus efusiones más profundas. Tal vez, en los mismos lugares de su infancia el infante pasó también parte de su juventud. La otra parte, y cada vez en mayor proporción, la vivió en los campamentos que su padre Fernando mandó levantar en las distintas etapas de su victorioso avance por el valle del Guadalquivir. En ese tramo de su vida el futuro Rey Sabio evidenció ya rasgos de sólida formación intelectual, amplia curiosidad cultural, claros planteamientos políticos y jurídicos y probada experiencia de mando de las tropas, acrisolada, especialmente, en la conquista del reino de Murcia. A esas fechas, esto es, entre 1244 y 1248, en vísperas de contraer matrimonio con Violante de Aragón, hija del rey Jaime I el Conquistador, deben de corresponder las representaciones iconográficas más abundantes de Alfonso X. Recogidas más tarde en las iluminaciones de las Cantigas o en la estatua del claustro de la catedral de Burgos, el futuro Rey Sabio aparece como un hombre de porte majestuoso, rostro ovalado y rasurado, nariz aguileña y ojos dulces e inteligentes. Tal era el hombre que, a sus treinta y un años, a la muerte de su padre, Fernando III, el 30 de mayo de 1252, se convirtió en rey de Castilla y León. A partir de entonces y hasta el 4 de abril de 1284, casi treinta y dos años de largo y duro reinado. Un reinado que, hasta hace quince años, sorprendentemente, no había sido objeto en cantidad ni calidad de los estudios que merecía. Como historias generales del reinado contábamos con las del marqués de Mondéjar, aparecida en 1777, y la de Antonio Ballesteros, publicada en 1963. En una y otra la acumulación del material informativo no iba acompañada de la clarificación y la interpretación de los problemas del reinado. En ambas, los árboles no dejaban ver el bosque. Pero, curiosamente, en cuanto a aspectos concretos, el reinado alfonsí tampoco había tenido mucha suerte. Por supuesto, había interesado su producción historiográfica, su mecenazgo en empresas artísticas, su creación literaria poética y su obra legislativa. Pero aspectos cruciales, como pudo ser el proceso que condujo a la elaboración del código de Las Siete Partidas, no se conocían con seguridad, por no hablar de otros que atañían a la evolución social, económica o política del reino. Desde hace quince años nuestro conocimiento del reinado de Alfonso X ha mejorado notablemente. La conmemoración de los siete siglos de la muerte del rey sirvió de estímulo para cerrar trabajos en marcha y abrir nuevas investigaciones. Gracias a unos y otras sabemos bastante más de la historia de aquellos treinta y dos años. De un lado, han aparecido de forma casi simultánea dos importantes visiones generales del reinado: la de Joseph O’Callaghan y la de Manuel González Jiménez. De otro, se han multiplicado los artículos sobre aspectos parciales, que han aparecido bien a título disperso en publicaciones diversas, bien a título agrupado en volúmenes dedicados específicamente al Rey Sabio y su tiempo, como el coordinado hace pocos años por Miguel Rodríguez Llopis y, desde luego, este mismo. Entre los efectos de la renovada atención al reinado de Alfonso X no ha sido el menor el de facilitar conocimientos para situarlo más correctamente en la coyuntura europea de la segunda mitad del siglo XIII. En concreto, para superar una visión tradicional de nuestra Edad Media de la que el Rey Sabio ha sido una de sus víctimas. Tal visión propiciaba que viéramos separadamente las fases de ascenso y de descenso, de crecimiento y de crisis en nuestra historia medieval. Pero aun reconociendo que un reinado como el de Alfonso X se situaba en el umbral de la crisis del siglo XIV, rara vez éramos capaces de verlo como quicio, como gozne que permitía que la puerta de la historia y de la interpretación de sus treinta y dos años de gobierno se abriera ya hacia el lado del pasado, ya hacia el del futuro. Hoy, en cambio, en esta introducción, es precisamente la metáfora del quicio entre dos épocas la que he escogido para dar cuenta del reinado del Rey Sabio. Creo que es la que puede reflejar mejor la obra del monarca y, desde luego, la evolución de la sociedad del reino. En una palabra, la que, recogiendo el espíritu de los recientes estudios, ayude a superar interpretaciones excesivamente simplistas del reinado alfonsí. Especialmente, dos. La primera, la del Alfonso X ensoñador: «Mientras consideraba el cielo y observaba los astros, se olvidó de la tierra» diría, injustamente, Juan de Mariana. La segunda, la del Alfonso X fracasado político. Sin duda, tuvo sus fracasos, pero insistir exclusivamente en ellos supone, en cierto modo, primar el lado biográfico sobre el social, el individual sobre el colectivo, en la historia del reino de Castilla de la segunda mitad del siglo XIII. Por el contrario, hace más justicia a la verdad recordar el reinado de Alfonso X como reinado-quicio entre dos épocas, las que la tradición académica ha consagrado como Plena y Baja Edad Media. Y ello, al menos, en los aspectos que paso a desgranar a continuación. Entre el cosmopolitismo y el nacionalismo El papel de quicio del reinado alfonsí en este primer aspecto es visible en dos escenarios, el peninsular y el europeo. En el escenario de la península ibérica, los cuarenta años anteriores al comienzo del reinado de Alfonso X habían estado presididos por la espectacular expansión territorial hispano-cristiana a costa de los musulmanes de al-Andalus. Primero, frente al imperio de los almohades, debelado en 1212 en la batalla de Las Navas de Tolosa; después, frente a los que han podido ser llamados los terceros reinos de taifas, tanto Fernando III de Castilla, por el lado occidental, como Jaime I de Aragón, por el oriental, habían conseguido continuos éxitos. Como resultado, en 1260, salvo el reino nazarí de Granada, vasallo de Castilla, el resto del territorio de al-Andalus se hallaba en manos cristianas. Del lado castellano, será el reinado de Alfonso X el encargado de digerir los rapidísimos avances. Lo hará con evidentes dificultades. Unas serán de carácter político-militar: las sublevaciones de la población mudéjar en el reino de Murcia y en la baja Andalucía. Para reprimirlas, el monarca organizó nuevas campañas, ahora de represión y expulsión, que fomentaron, sin duda, un sentimiento nacionalista cristiano. Pero más decisivas fueron, a la postre, las dificultades y consecuencias de tipo económico y social que tocó vivir al reino como resultado de la incorporación de los extensos y ricos territorios andalusíes y murcianos. De ellas, las demográficas fueron las primeras en hacerse notar. En efecto, el rápido...



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