E-Book, Spanisch, 176 Seiten
Reihe: Concilium
Torres Queiruga / Wacker / Wilfred La Reforma desde una perspectiva global
1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-9073-333-2
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Concilium 370
E-Book, Spanisch, 176 Seiten
Reihe: Concilium
ISBN: 978-84-9073-333-2
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
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Heinz Schilling *
REFORMA, ANTAGONIZACIÓN CONFESIONAL, DIFERENCIACIÓN RELIGIOSA Y CULTURAL
Reflexiones de un historiador sobre la relevancia de la historia de la Iglesia de inicios de la modernidad para el presente y el futuro1
La iniciada conmemoración del V Centenario de la Reforma nos da la oportunidad para analizar de forma históricamente objetiva la vida y la obra del reformador de Wittenberg. Para ello es necesario situar a Lutero, su pensamiento teológico y su objetivo reformador, en su propio tiempo y horizonte intelectual, ajenos a los nuestros, y ponerlos en relación con sus partidarios y sus adversarios. Descubriremos así que las consecuencias de la Reforma no fueron, como se piensa habitualmente, una renovación triunfal ni tampoco una ruptura herética, sino un distanciamiento en el deseo de reforma, profundamente arraigado en la cristiandad occidental, en dos ramas igualmente válidas de las reformas eclesiales de inicios de la modernidad, que, con el paso de las generaciones, se constituyeron antagónicamente y desarrollaron una intensa enemistad. La causa fue la pretensión absoluta de la verdad de ambas ramas a principios del siglo XVII, con actitudes no raramente fundamentalistas. Sin embargo, con los cambios culturales y sociales que se produjeron a finales del siglo XVIII, esa pretensión perdió cada vez más fuerza y perdieron importancia los antagonismos confesionales provocados en una situación histórica específica, lo que tiene una consecuencia relevante del análisis histórico para el presente y el futuro. I. Situación política conmemorativa en 2017 y el «extraño Lutero»
El día 31 de octubre de 2017 nos da la oportunidad de obtener una imagen históricamente real de Lutero y de la Reforma, y, al mismo tiempo, abrir, de este modo, nuevas vías de comunicación. En efecto, ya ha pasado el tiempo en el que unos hacían un héroe al monje agustino de Wittenberg instrumentalizándolo de forma nacionalista o ideológica, y otros le condenaban y le responsabilizaban de todos los fenómenos indeseables de su época respectiva. El V Centenario de la Reforma, que en Alemania ya se inició en 2008, cuando el obispo Wolfgang Huber, entonces presidente de la EKD [Iglesia evangélica de Alemania], inauguró la denominada Década de Lutero, está caracterizado por tres particularidades que recuerdan su calado político: – Por una cultura del recuerdo democrática en lugar de monárquica, e incluso mayoritariamente monárquica. – Por una sensibilidad ecuménica en lugar de la enemistad o incluso la hostilidad confesional que ha dominado durante siglos. – Por una imagen global de la historia en lugar de las perspectivas nacionales o eurocéntricas, dominantes hasta hace poco, que atribuyen la Edad Moderna y la modernidad solo al logro de Europa o del protestantismo alemán. Para esbozar una imagen realista de Lutero y de la Reforma es necesario en primer lugar liberar al de Wittenberg como también a sus adversarios de una historia de la recepción dominada durante siglos por intereses, para poder entenderlos a partir de su propia época2. A finales del siglo XV e inicios del siglo XVI se produjeron cambios radicales y transformaciones tan aceleradas que provocaron un profundo desconcierto y la búsqueda de una verdad más segura. Desde hacía generaciones existía en la cristiandad latina un intenso deseo de una reforma eclesial fundamental, de las instituciones como también de la cura de almas y de la fe; una reforma que produjera profundos cambios políticos y sociales con respecto a la entonces asfixiante alianza entre la Iglesia y el Estado. Predominaba un ambiente psicosocial que a nosotros nos parece casi familiar en la actualidad. No obstante, las estructuras políticas y sociales eran esencialmente diferentes a las que nosotros estamos habituados, como también las formas de pensar y las emociones de las personas, sus angustias y sus esperanzas. En efecto, la época de la Reforma y el presente se separaron entre sí mediante el cambio radical producido en el Siglo de las Luces. De ahí que nos resulten extrañas las estructuras sociales y políticas de aquella época, como también muchos de los principios esenciales del pensamiento y de la acción de sus protagonistas: la magia y la creencia en una intervención directa de las brujas, los demonios y los diablos, estaban extendidas no solo entre amplias capas sociales, sino también entre los eruditos, las cortes y las cancillerías. La historia del momento era al mismo tiempo una historia de salvación, lo que significa que las posiciones políticas se experimentaban como la lucha escatológica entre Dios y el Diablo, entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, como la lucha por el orden o el desorden en este mundo y en el más allá, en el que las fuerzas del bien y del mal combatían por hacerse con el poder de cada alma. A la religión se le atribuía una competencia plena. Religión y sociedad, Iglesia y orden político, estaban estructuralmente entrelazadas. Las instituciones estatales en el sentido moderno solo surgieron de forma rudimentaria, y tuvieron que imponerse mediante contundentes confrontaciones con las fuerzas más antiguas, pre-estatales, entre las que destacaban la Iglesia y sus clérigos como «primer estamento». II. El «extraño» Lutero en un tiempo «extraño»
Para comprender a Lutero y a sus adversarios a partir de un mundo que nos resulta totalmente extraño, tenemos que dejar emerger los elementos contingentemente históricos de sus motivos y objetivos. El Lutero que manifestó sus opiniones el día 31 de octubre de 1517 no era ningún revolucionario, sino un monje y un pastor de almas que quería servir con humildad a su Iglesia. Y, así, no clavó sus tesis sobre las indulgencias en la puerta de la Schlosskirche, sino que se las mandó a sus obispos para pedirles que terminaran con los errores que él había indicado. Después de que estos se negaran y se divulgaran impresas las tesis sin el apoyo del reformador, fue la primera vez, en la discusión sobre la reforma que desde hacía tiempo preocupaba a la cristiandad, que se amplió el círculo de los intelectuales que eran críticos con la Iglesia, incluyendo en la controversia a «Herr omnes», es decir, a todos. A los que no sabían leer, los que sabían les leían las octavillas de la reforma en las plazas, en las cantinas o en los albergues. Al gran acontecimiento de la «Reforma» impulsada por los medios de comunicación, le siguió la reforma como movimiento popular de apoyo. Pues el cristianismo comunitario reformador se dirigía a las personas de la ciudad y del campo. Y justo cuando por todas partes del Imperio y más allá de este surgieron más reformadores —en particular Ulrico Zuinglio en Zúrich y apenas una generación después Juan Calvino en Ginebra— se rompieron definitivamente los diques que Roma había levantado contra la marea de la reforma que había logrado impulsar la voluntad de renovación. La consecuencia fue la creación de Iglesias evangélicas propias. III. Dos ramas de igual valor de las reformas eclesiales en la Edad Moderna
La dinámica de transformación que con ello se desencadenó llegó a arrastrar también finalmente a Roma. El hecho de que Lutero fuera protegido por los Estados más fuertes de comienzos de la modernidad, y por lo que no fue silenciado como los críticos anteriores de la Iglesia, lo convirtió en la espina en la carne contraria a la reforma del papado del Renacimiento. El Papa se vio forzado a convocar un concilio de reforma, que se reunió en la norteña ciudad italiana de Trento. Pero fue un concilio ecuménico solo de nombre, puesto que casi un tercio de la cristiandad latina había rechazado obedecer al Papa. Los decretos promulgados entre 1545 y 1563 fueron la respuesta de la Iglesia papal a la Reforma evangélica previa. Con ellos se pusieron los fundamentos de la Iglesia confesional católica de la Era Moderna, que no podía ser como las Iglesias de la Reforma, sino una Iglesia nueva. El modo en el que esta funcionó como un sistema cultural e ideológico de inicios de la modernidad fue muy parecido a la forma en que los sistemas protestantes influyeron en el camino de Europa hacia la Era Moderna, pero de un modo diferente, propio. Cuando el agustino de Wittenberg protestó a finales de octubre de 1517 contra el comercio de indulgencias, estaba tan generalizado el deseo de reforma que parecía totalmente posible una «Reforma» de la Iglesia en su totalidad. Pero la oportunidad se malogró, porque la jerarquía alemana y romana no dieron una respuesta adecuada a la petición teológica de Lutero, y, en consecuencia, este se radicalizó en sus hechos y pronto también polemizó verbalmente. Solo como consecuencia de la incapacidad de cambio de la Iglesia y de la radicalización de los reformadores, el movimiento de reforma global de la Iglesia tardomedieval se separó en dos caminos alternativos: en el sistema de ruptura radical de los reformadores «evangélicos» de Wittenberg, Zúrich y Ginebra, por un lado, y en el sistema conformista y estabilizador de la Reforma tridentina de la Iglesia romana, por otro. El año 1517 se convertiría en el eje de separación dentro de la historia de la cristiandad. Esto provocó contraposiciones que, en la perspectiva del año 1517, estaban injustificadas desde su contenido objetivo. La sucesión, clásica en los manuales de historia, de la «Reforma» y la «Contrarreforma», no se corresponde, por tanto, al desarrollo de lo que sucedió. Más bien, se trata de dos...